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Curiosidades y…


Chambonadas del Creador (I)

Como recuerdo de nuestro paso por los árboles, aún poseemos restos atrofiados del músculo extensor coccygis, similar al que usan los micos para mover su cola prensil. Indudablemente, descendemos del mono.
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06 de Octubre de 2012

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Antonio Vélez

Antonio Vélez

 

 

En artículos anteriores he argumentado en contra del diseño inteligente, una alternativa a la teoría de la evolución darwiniana impuesta a los estudiantes norteamericanos por cierto grupo religioso. La tesis defendida dice que el hombre, y multitud de animales, exhiben errores garrafales de diseño anatómico, fisiológico y sicológico, propios del proceso evolutivo, pero imposibles de aceptar suponiendo que somos criaturas elaboradas por un diseñador omnipotente y sabio.

 

Los ejemplos de diseño chapucero encontrados en un ser humano forman una lista respetable, debido a que en la evolución por selección natural, el diseño último se obtiene después de una lenta acumulación de cambios que se han ido incorporando a los diseños anteriores. Por eso, en nosotros permanecen aún restos de nuestra historia pasada, cuando hicimos el ascenso obligado por etapas animales, restos arcaicos, algunas veces sin función conocida.

 

Fijémonos solo en la multitud de imperfecciones orgánicas, explicables cuando aceptamos nuestro origen evolutivo, pero un absurdo si aceptamos la mano maestra de Dios detrás de todo el proceso creativo. Dentro de los errores de diseño encontramos atavismos, restos de órganos que en una etapa anterior prestaron su servicio, pero hoy son inútiles; sin embargo, aún siguen ahí, atrofiados pero presentes como recordatorio de nuestro humilde origen animal.

 

Algunas personas poseen músculos activos para mover las orejas, un atavismo inútil, recuerdos de un pasado cuando nuestra cabeza no tenía tanta movilidad. Y el coxis no es más que el residuo de la cola que una vez poseímos, pero aún hace su presencia en los embriones humanos, aunque al final se atrofia y queda solamente un inútil paquete de vértebras fusionadas. No obstante, unos pocos niños presentan al nacer una cola verdadera, que debe ser extirpada por cirugía, o someterse al escarnio de amigos y enemigos. Y como recuerdo de nuestro paso por los árboles, aún poseemos restos atrofiados del músculo extensor coccygis, similar al que usan los micos para mover su cola prensil. Indudablemente, descendemos del mono.

 

En los humanos, los testículos hacen su aparición dentro del abdomen, en el mismo sitio que ocupa en peces y reptiles, pero, al cumplir el feto seis semanas, descienden hasta el escroto, y en su recorrido por la cavidad abdominal dejan dos canales de constitución muy débil, de tal suerte que más tarde, ya adultos, se transforman en las incómodas hernias inguinales.

 

La próstata es un punto clásico de mal diseño, que en el chimpancé ha sido corregido, así que el Creador nos la jugó sucio al preferir a nuestro primo. Y así tenemos el descaro de afirmar que fuimos diseñados a imagen y semejanza del Todopoderoso. Pues bien,  la próstata abraza la uretra, de tal suerte que al presentarse la hiperplasia prostática, fenómeno asociado con la edad, sumada a la pérdida de elasticidad del tejido, hacen que el conducto urinario se estreche y cree dolorosos e incómodos problemas de micción.

 

Las vísceras de los cuadrúpedos están sostenidas por el mesenterio, tejido que pende de la columna vertebral, como una cortina sostenida por una varilla. Ahora bien, al pasar a la posición bípeda, ese tejido perdió toda su función inicial y las vísceras quedaron suspendidas a la buena de Dios, lo que explica en los humanos la mala fijación de los riñones y las hernias en la pared abdominal.

 

Los argumentos son aplastantes: lo visto hasta aquí es apenas una parte de los defectos de diseño que portamos los humanos, y que sirven para inclinarnos a creer que si existe un Dios, la evolución de las criaturas vivas las encomendó al azar y se desentendió del asunto. Solo el fanatismo religioso impide ver estas cosas tan claras. Y más peligroso aún cuando se le suma al analfabetismo científico.

 

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