26 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 1 hora | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

Virgilio Barco Vargas: centenario del natalicio del comandante que enfrentó la tormenta

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Hernando Herrera Mercado

Presidente de la Corte de Arbitraje de la CCB y de la Corporación Excelencia en la Justicia

 

El vértigo e ímpetu de los tiempos modernos amenaza con borrar o diluir la historia, si se quiere, para suplantarla artificiosamente por la maleza del hecho cotidiano. Esa llamada minimización, a veces referida por el eufemismo “muerte de la historia”, conviene, sin duda, a quienes intentan, por así decirlo, resetear de tajo la evolución de las cosas y, de paso, menospreciar la invaluable materia prima de la experiencia vivida. Este “presente” omnívoro de todos tiempos, caracterizado por el desenfrenado consumismo y la monarquía absolutista de la tecnología, tiende a invisibilizar el referente pasado y a los personajes que lo modularon con acierto.

 

La política actual saca ventaja de ello o, por lo menos, muchos de sus protagonistas. Les sirve el inatajable chorro de datos, noticias y tuits, y una audiencia fácilmente aturdida por tanta profusión informativa, para hacerse superlativa, hegemónica, y no dar cuenta de antecedentes. Por ello, hay rescatar del cómplice olvido colectivo, y a favor de nuestras futuras generaciones, los perfiles de quienes afrontaron desafíos institucionales mayúsculos.

 

El gobierno de Virgilio Barco Vargas tiene precisamente identidad para ser rescatado de ese olvido complaciente. Sin duda, un cuatrienio bien arrevesado, complejo; en fin, la tormenta perfecta. Sin embargo, asumido con enorme gallardía, tino y honestidad intelectual. A Barco se le criticaba su mutismo indescifrable, los monólogos cortantes lejanos de los supuestos estadistas posmodernos tan proclives al pronunciamiento constante. Barco era escaso en el verbo, pero seguramente investido de mayor sindéresis que los cotidianos charlatanes de inagotable verborrea. Militó en una sola casa política, ajeno a muchos políticos de hoy, huéspedes rotativos e irredentos de cuanto motel ideológico se conoce. Lo diríamos más claramente así, a la postre politiqueros en permanente búsqueda de oportunas madrigueras electorales.

 

Seguramente, entonces, desde la perspectiva de la llamada Realpolitik –esa que bajo la hipócrita chapa del pragmatismo auspicia y patrocina la doblez, la ausencia de coherencia y la superflua adaptabilidad–, Barco podría ser apreciado como regular político. Ciertamente, demasiado inflexible, poco contemporizador, de discurso telegráfico, siempre encorbatado, etc., y así, replicados por consiguiente en él, las principales variables de la política clásica. Pero cuánta falta hace esa otra política frente a la que evidencia esta cotidianidad donde el asalto, el abuso o el pillaje son nota común.

 

Siguiendo con esto último, es de resaltar que la administración Barco fue ajena a escándalos de corrupción, esos mismos que después proliferaron. Su iniciativa de conducción de la cosa pública, mediante la introducción del esquema gobierno-oposición, abolió para ese momento el pernicioso y agónico esquema del Frente Nacional y la repartija burocrática bipartidista. No menos significativo señalar la forma valiente con la que persiguió la mafia y el narcotráfico. En su gobierno se gestó el acuerdo pacífico y exitoso con el grupo subversivo M-19, sin asignarles contraprestaciones o cuotas de representación política.

 

Y no podría pasar inadvertida en estas palabras, tal vez, el legado más significativo de cara al avance institucional del mandato Barco. Concretamente, el decidido impulso a la Asamblea Nacional Constituyente, acogiendo la idea de quienes para la época éramos estudiantes universitarios y servimos como promotores de la ambiciosa reforma constitucional de 1991. Barco dotó de fuerza institucional esa idea y la auspició desde su Gobierno, lo que evitó claramente que naufragara en las mareas convulsionadas de esos tiempos.  

 

Nota aparte:

 

Mientras confeccionaba esta columna, la comunidad jurídica perdió dos invaluables hombres a los que deseo rendir un merecido homenaje. En primer lugar, es lamentable la partida de Mario Suárez Melo, ex rector de la Universidad del Rosario y ex presidente de la Cámara de Comercio de Bogotá, entre otras importantes responsabilidades. Tuve la fortuna de conocerlo en varias de sus facetas de hombre público, particularmente, como cabeza de nuestra alma mater y en su ejercicio arbitral. Fue bajo su administración y en la decanatura de Marco Gerardo Monroy Cabra, cuando tuvimos la ocasión de crear el Instituto Anticorrupción y la Especialización de Arbitraje, ambas iniciativas inéditas en sus respectivos campos. Trabajamos años después cuando fungí como director del Centro de Arbitraje de la Cámara de Comercio de Bogotá y Mario Suárez hizo parte de esa primera Corte Arbitral de lujo, integrada, a su vez, por Fernando Hinestrosa, Jaime Vidal Perdomo y Ramón Madriñán de la Torre. Desde allí, fue vital para el impulso de este valioso instrumento de resolución de disputas.

 

Con ese mismo sentimiento de tristeza, lamento la muerte de Javier Henao Hidrón, ex magistrado probo y decente. Tuve el privilegio de conocerlo al frente de la Presidencia de la Asociación de Exmagistrados de las Cortes, y fue bajo su batuta que colaboramos en la concreción del centro de arbitraje de esa organización. Sin duda, también nos hará falta su conversación culta y amena, sus inigualables conocimientos sobre la intelectualidad criolla y en torno a las civilizaciones antiguas.

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