17 de Julio de 2024 /
Actualizado hace 4 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

Una mirada al pasado para ver el futuro de la profesión

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Lina María Céspedes-Báez

Profesora titular de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad del Rosario

Doctora en Derecho

Hace un poco más de 20 años conseguí mi primer trabajo en Derecho. Mi labor consistía en ir a las relatorías de las altas cortes a identificar jurisprudencia para los casos y asesorías. En la web se lograba poco y los discos compactos y publicaciones que vendían las empresas proveedoras de información jurídica eran limitados. No quedaba otra que sacar un disquete y dinero, y dirigirse al Palacio de Justicia. Allá, cada corte exhibía diversos grados de avance en la organización de sus decisiones. A veces bastaba con pasarle el disquete a una funcionaria para que grabara máximo cinco decisiones que habían sido encontradas en los computadores de la relatoría o la plata, junto con la inmensa gaceta que había sido identificada en los ficheros, para obtener unas fotocopias.

Las competencias que había adquirido estudiando Derecho se ajustaban a estas demandas. La memoria había sido la gran protagonista de mi carrera, por cuanto las fuentes de información eran escasas y de difícil acceso. Así, una de las ventajas de haber ido a una buena universidad era tener acceso a profesores dispuestos a compartir con sus estudiantes sus excelentes conocimientos y bibliotecas. Por eso, los cuadernos de apuntes y las fotocopias eran unos de los tesoros más preciados con que contaba un recién graduado.

Con el tiempo, una parte de mi trabajo cambió radicalmente. El desarrollo de internet y la digitalización hicieron innecesarios mis viajes a las relatorías. Esto me permitió dedicar más tiempo a la sistematización de la jurisprudencia que encontraba en la red. Si bien durante la carrera había aprendido a leer y a escribir en Derecho, lo que me permitía el análisis jurídico, nunca había estado expuesta al volumen de información que comenzaba a ofrecer el universo virtual. Esto me forzó a adquirir nuevas competencias que me permitieran distinguir información confiable y pertinente, y me facilitaran su estudio. Las facultades de Derecho respondieron a este reto y enfocaron su aprendizaje en competencias relevantes para el contexto. Por lo menos en el papel, la lectoescritura analítica salió de su lugar secundario y tomó el rol central que antes tenía la memorización. 

En esta segunda década de mi ejercicio se anuncia otro cambio importante por los avances en el desarrollo de grandes modelos de lenguaje, tales como GPT-4. La razón radica en su capacidad de procesar altas cantidades de información y predecir respuestas correctas formuladas en lenguaje de uso corriente. Entre más información de calidad procese el modelo, la predicción será más certera. Sin embargo, como estos no pueden determinar si su respuesta es correcta y aún deben ser perfeccionados para lograr más precisión, las profecías apocalípticas que auguran nuestra pronta esclavitud bajo una dominación de las máquinas no son más que distracciones.

Para enfrentar la incertidumbre, es mejor preguntarse por los cambios puntuales que se podrían desatar en el universo jurídico. Específicamente, me interesa explorar cómo estos modelos afectarían los trabajos de entrada al mundo laboral del Derecho. La rapidez con la que estos procesan grandes cantidades de información en textos bien escritos puede indicar que el número de abogados necesarios para realizar, por ejemplo, análisis de jurisprudencia, se reducirá. Como los modelos pueden producir en segundos textos de análisis perfectibles, llegará el momento en el que los abogados solo serán necesarios en este nivel para arreglarle la plana, esto es, verificar la veracidad y pertinencia de la información. Claro, alguien tiene que hacerle la pregunta al modelo, entonces, la capacidad de plantear problemas jurídicos precisos será altamente valorada.

Por esto, las competencias asociadas con estas habilidades deben ser fortalecidas en las facultades de Derecho para facilitar la entrada en el mercado laboral a sus egresados. El manejo rápido y sistemático de fuentes será muy apreciado. Para ello, las personas que estudian Derecho deben ser entrenadas en el manejo de softwares que les permitan sistematizar y analizar cuantitativa y cualitativamente grandes cantidades de información. Igualmente, será valiosa la capacidad de identificar y poner al servicio del problema jurídico las categorías jurídicas adecuadas.

Ahora, el Derecho sigue siendo un oficio para prevenir y resolver conflictos. Esto implica interactuar con personas. Así, las habilidades blandas serán lo que una vez fue la memoria como competencia. El abordaje del conflicto requiere más que análisis y comunicación de información; implica aprender a entender y persuadir al otro. Esta competencia debería ser transversal a cualquier currículo de Derecho y estar dirigida a desarrollar la capacidad de manejar situaciones presenciales y remotas.

Mientras me preparo para una nueva transformación de mi profesión, identifico la competencia que me ha sido primordial para responder a estos escenarios: la de entender cómo aprendo. Hoy, más que nunca, los programas de Derecho han de estar volcados sobre este punto. La universidad es más que el aprendizaje de contenidos, es una estación más en el conocimiento de uno mismo y esto implica comprender cómo aprendemos.

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