24 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 13 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

Un indicador de pobreza multidimensional extendido

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Blanca Cecilia Zuluaga
Directora del Doctorado en Economía de los Negocios
Profesora titular del Departamento de Economía
Universidad Icesi

 

En Colombia, la medición de la pobreza multidimensional se realiza con base en los trabajos pioneros de Sabine Alkire y James Foster, dos investigadores del Oxford Poverty and Human Development Initiative (OPHI). El cálculo del índice se lleva a cabo utilizando la metodología desarrollada por el Departamento Nacional de Planeación publicada en el año 2011. Este enfoque se basa en la estimación de las carencias de los hogares en cinco dimensiones: educación, salud, mercado laboral, condiciones de vivienda, primera infancia y juventud. Cada una de las dimensiones comprende cierto número de indicadores que dan cuenta de la situación observada del hogar (por ejemplo, en educación están el logro educativo y el analfabetismo), que se compara con un valor crítico de cada indicador por debajo del cual se considera que el hogar experimenta privación. Las dimensiones se agregan usando ponderaciones uniformes para obtener un índice de pobreza multidimensional por hogar. El seguimiento de la evolución de este índice ha representado un gran avance en materia de diagnóstico de la problemática social y un importante insumo para la política pública del país.

Medir la pobreza multidimensionalmente es importante, porque, a diferencia del enfoque unidimensional de ingreso, considera una serie de factores interconectados que afectan la calidad de vida de los hogares. Lo anterior permite identificar las áreas específicas en las que las personas experimentan mayores privaciones, mejorando el diseño de las políticas sociales al orientarlas a las dimensiones más críticas.

Recientemente, con mi colega de la Universidad Icesi Jhon Quinchua, escribimos una propuesta dirigida a la medición de un índice extendido de pobreza multidimensional incluyendo dos nuevas dimensiones: el acceso a tecnologías de información y conocimiento (TIC) y la inclusión financiera, es decir, acceso a cuentas de ahorros, crédito y otros productos financieros. La propuesta de ampliar el índice ya se ha implementado en el país, aunque las dimensiones consideradas han sido otras. Específicamente, la Secretaría de Planeación Distrital de Bogotá lanzó en junio de este año el índice de Condiciones Ampliadas de Vida, que añade tres dimensiones al índice original: (i) cuidado y uso del tiempo, (ii) exclusión y seguridad personal y (iii) entorno.

La inclusión de estas nuevas dimensiones es un avance importante en el logro de un índice multidimensional de pobreza que capture adecuadamente las diferentes privaciones que los hogares en condición de pobreza pueden experimentar, más allá de la carencia de ingreso. Sin embargo, hay varias razones para justificar la inclusión de las dos dimensiones que nosotros proponemos –inclusión financiera y acceso a las TIC–. El contexto actual se caracteriza por un rápido crecimiento de tecnologías y productos financieros, que se han vuelto fundamentales para alcanzar niveles de vida aceptables. Además, el acceso a internet, tecnologías financieras, dispositivos electrónicos, entre otros, es crucial para que los individuos accedan a mejores oportunidades económicas y sociales; por ejemplo, en la pandemia, estas herramientas fueron esenciales para que los hogares pudieran hacer frente a este shock adverso inesperado. En este artículo me referiré a la inclusión financiera y en un próximo artículo analizaré el acceso a las TIC.

La falta de acceso y uso de productos financieros representa una privación que limita la capacidad de generar ingreso de los individuos, afectando, por tanto, la posibilidad de elevar las condiciones de vida de los hogares. En la medida en que la inclusión financiera ayuda a los individuos a diversificar las fuentes de ingresos y a crear redes de seguridad financiera, incrementa también su capacidad de hacer frente a los choques económicos y a las crisis inesperadas. Esto es fundamental por la frecuencia cada vez más alta en la que ciertos choques de salud o climáticos están impactando a la población mundial, lo que requiere una mayor capacidad de resiliencia por parte de los individuos y comunidades.

Adicionalmente, la inclusión financiera facilita la inversión en capital humano tanto en salud como en educación, factores que reducen la probabilidad de que los hogares caigan en trampas de pobreza, pues contribuyen a romper el ciclo intergeneracional de desventaja económica. En esta misma línea, en la prevención de las trampas también influye la posibilidad de acumulación de activos que la inclusión financiera genera, pues en la literatura se ha demostrado que cuando el nivel de activos acumulables de los hogares está por debajo de cierto límite, los hogares quedan atrapados en un nivel de pobreza que no podrán superar sin intervención pública.

En resumen, la inclusión financiera es una dimensión de pobreza tan relevante como las propuestas en el índice multidimensional inicial y en el ampliado desarrollado por la secretaría distrital. Dicha inclusión no solamente beneficia a los individuos, sino que también fomenta el desarrollo económico sostenible y la reducción de la desigualdad.

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