22 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 1 hora | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

Tribunales de “Justicia”: ¿información engañosa?

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Diego Eduardo López Medina

Profesor Facultad de Derecho Universidad de los Andes

diegolopezmedina@hotmail.com

 

Dice la Superintendencia de Industria y Comercio, en su página web, que “se considera engañosa toda información contenida en la propaganda comercial, marca o leyenda, incluida la presentación del producto, que de cualquier manera induzca a error o pueda inducir a error a los consumidores o personas a las que se dirige…”.

 

Supongan ahora una fantasía del siguiente tenor: los sacerdotes y teólogos de una “Iglesia de Dios” se reúnen un día cualquiera en su Congreso anual de teología científica. En ese congreso tan importante surge la tesis, que con el paso del tiempo se vuelve dominante, según la cual Dios en realidad no existe. Luego de deliberaciones muy sesudas, los científicos y pastores han llegado a ese consenso mayoritario. Algunos objetan, pero sus voces son marginales frente al nuevo consenso científico-profesional. La comunidad de sabios de esa Iglesia, sin embargo, mantiene el acuerdo teológico como una cuestión doctrinal interna, que no comunican a los laicos creyentes de la fe. En consonancia con esta decisión, los templos de esta religión siguen teniendo en sus fachadas un cartel grande y bien iluminado: “Iglesia de Dios”. 

 

Creo que existe una profesión en la que esta fantasía sí ocurrió en la realidad: el Derecho. Hagamos una recomposición de elementos: los abogados y doctrinantes que trabajan en “Tribunales de Justicia” se reúnen un día en su habitual Congreso científico de Derecho. Ahí se hace claro que esos abogados (teóricos y prácticos) han llegado al consenso dominante que la “justicia” no existe, que se trata de un concepto vacío y sin mayor sentido. Algunos objetan, pero sus voces son ahora marginales. Los sabios, sin embargo, no comunican este hallazgo científico y conceptual a los laicos que, por tanto, siguen teniendo una cierta confianza en la “justicia”. Y, finalmente, en consonancia con esta decisión, los recintos donde se llevan los litigios siguen teniendo en sus fachadas un cartel muy prominente: “Palacio –o Corte– de Justicia”. 

 

Los doctores del Derecho deciden, un tanto hipócritamente, defender la marca a pesar de que han renunciado al concepto de “justicia”. Para ellos, habría razones para mantener la marca sin que la publicidad sea completamente engañosa: puede ser que la “justicia” que se publicita sea fundamentalmente procedimental. Tan solo prometemos a los consumidores formas justas de tratamiento del conflicto, no una solución justa con relación a la distribución. Al fin y al cabo, en el Congreso de marras, la crítica a la justicia se focalizó en la imposibilidad de tener “repartos” justos, no en la existencia de procedimientos que generaran, por ejemplo, “igualdad de armas”.

 

Pero los fieles laicos siguen creyendo en la “justicia”, no solo en la procedimental, sino también en la “sustantiva”. No solo aspiran a la “igualdad de armas”, sino también a que ella permita decisiones de reparto donde haya alguna forma de expresión de la justicia. En una de sus acepciones básicas, la gente llama “justicia” a la retribución, es decir, a una fuerza proporcional de respuesta que se contrapone al daño causado en el agravio. En el derecho sancionatorio, la retribución es la noción de justicia que justifica el castigo; en derecho común, la retribución es la reconstitución de la conmutatividad original que se ha perdido en el ilícito civil, laboral o administrativo.

 

Los ciudadanos también piensan que la “justicia”, en otra acepción, tiene que ver con las “oportunidades básicas” para vivir. Más allá de la retribución frente al daño, los ciudadanos piensan que una sociedad decente les brinda a todos un piso de derechos básicos para desplegar una vida más bien libre de humillaciones o de necesidades extremas. La justicia no es solo la respuesta al daño, sino también y fundamentalmente el piso existencial para vivir bien.

 

Pero la mayoría de los científicos profesionales no cree en la justicia, ni en la de la retribución ni en la de empoderamiento básico. Ellos piensan que tienen un argumento más bien definitivo que clarifica y simplifica el asunto: no hay nada particularmente “justo” en los repartos ordenados por el Derecho. Son, simplemente, los que ordena el Derecho, son “legales”, pero nada justifica o impulsa a que los llamemos “justos”. Algunos han tratado de ofrecer argumentos para afirmar que la “justicia” es una dimensión importante y comprensible del Derecho, pero estos argumentos, como los de la prueba de la existencia de Dios, son más abstractos y difíciles que los que la niegan. Quiero advertirle al lector que yo, en particular, no creo que la existencia de la justicia del Derecho dependa de la existencia de Dios. Sí creo que en, algunas personas, la creencia en Dios anima la benevolencia, la responsabilidad, el desprendimiento y el amor que pueden coadyuvar a la justicia humana. Pero los dos cuentos que acabo de contar no están entrecruzados: más bien corren paralelos.  

 

Mientras tanto, en los frontispicios solemnes de nuestros templos seculares, la palabra “justicia” sigue campeando, aunque esté hueca. Puede ser que los abogados que entran allí sonrían con ironía al verla; pero muchos de los “clientes” creen en ella sin que nadie les haya explicado que la “curia” hace rato abandonó la fe, incluso cuando estos jerarcas hablan, con la boca llena, de la “majestad de la justicia”. A pesar de estas afirmaciones ritualistas, la “justicia” no existe para muchos de ellos, quizás para la mayoría. Si ello es así, creo que deberían cambiarle el nombre a sus organizaciones, edificios y prácticas y contarles a sus usuarios, con mucha más precisión, que los reclamos de justicia no serán, ni podrán ser, atendidos en las cortes de la ley.

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