24 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 14 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

Diario de viaje (I): la poscolonialidad de Nueva Zelanda

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Diego Eduardo López Medina

Profesor Facultad de Derecho Universidad de los Andes

diegolopezmedina@hotmail.com

Los múltiples estados periféricos construidos y colonizados por Europa tienen todavía la carga de lidiar con ese pasado traumático para transformarlo. Europa consiguió enorme preeminencia en la política global, gracias a la invención del “Estado”. El Estado es un mecanismo de control social que construye entornos de seguridad mediante la eliminación de guerras y disensiones internas. Este ambiente impulsa, a su vez, la creación de un mercado interno que produce cada vez más excedentes que retornan en buena proporción al Estado en forma de tributos. Con esos nuevos tributos, el poder estatal sigue creciendo de forma significativa como para intentar, por ejemplo, el dominio de nuevas poblaciones y territorios en lugares cercanos o remotos.

Las primeras sociedades estatalizadas de Europa (España, Francia, Inglaterra, Países Bajos) usaron esos recursos para expandir su dominio territorial en el mundo: por procesos de ocupación militar y cooptación cultural surgieron así por todas partes los enclaves de una “Nueva Europa” en crecimiento. Los nombres son dicientes, entre muchísimos ejemplos: los españoles establecieron una Nueva España (México) y una Nueva Granada (Colombia); los neerlandeses fundaron originalmente una Nueva Ámsterdam (Norteamérica), que luego, cuando los ingleses se la arrebataron, se convertiría en Nueva York; unas cientos de millas al norte de esta ciudad, los ingleses establecieron varias colonias a las que llamaron conjuntamente “New England”; por las rutas del Pacífico remoto (donde se suponía había una Terra Australis incógnita) los neerlandeses descubrieron la costa occidental de unas islas a las que llamaron Nova Zeelandia (en honor a Zeeland en el mar del Norte). En todo caso esta nueva posesión se llenó de nombres reminiscentes de la metrópolis: Auckland, Wellington, Christchurch, Queenstown e, incluso, la “escocesa” Dunedin.

La colonización europea de Nueva Zelanda fue profunda: implicó el arrinconamiento territorial de la población oceánica original (los maoríes y el subgrupo de los moriari en las islas Chatham). Implicó también la aceleración de la transformación profunda del paisaje que ya habían iniciado los propios maoríes: la depredación, hasta la extinción, de la fauna y la flora locales. Según los geólogos, las islas de Nueva Zelanda se desprendieron del bloque continental meridional (Gondwana) antes de la evolución de los mamíferos. Sin predadores terrestres, las aves crecieron en tamaño y perdieron la habilidad de volar. Con la llegada de mamíferos terrestres (humanos, ratas polinesias, perros y gatos europeos), otras especies se extinguieron (el moa, una especie de avestruz gigante) o se redujeron dramáticamente (el kiwi, hoy convertido en mascota de la identidad nacional). De igual forma, de los bosques subtropicales originales solo quedó un pequeño porcentaje (entre 5 % y 7 %), que fue transformado en pastos para la cría de especies utilitarias importadas (especialmente ovejas). Con la invención del transporte marítimo refrigerado a finales del siglo XIX, Nueva Zelanda se convirtió así en despensa de carne, mantequilla, lana y madera para el Reino Unido. Se incorporó así a la economía del 5 o’clock afternoon tea.

En el Museo Nacional de Wellington, la identidad nacional se reparte entre dos grandes proyectos: el rescate de la memoria del pasado maorí, pero también, con algo más de intensidad, el aporte en la historia global de Gran Bretaña y del Commonwealth. La principal exhibición temporal del museo por estos días tiene que ver con su participación militar en la Primera Guerra Mundial, cuando fueron destinados a contener a los turcos en Gallipolli. La campaña fue desastrosa en su conjunto, pero las reverberaciones nacionalistas se perciben con increíble potencia. La exhibición se llama “El tamaño de nuestra guerra” y presenta una serie de esculturas de silicona creadas por Peter Jackson y su Weta Workshop, responsables, entre otras cosas, de crear las criaturas, la prostética y los maquillajes de El señor de los anillos, Narnia y La liga de la justicia.  El Workshop es una empresa global de Auckland que participa activamente en los mercados contemporáneos del entretenimiento y que marcan, con toda claridad, la transición de la nueva economía de Nueva Zelanda hacia el sector de servicios. Las esculturas maltrataron mi sensibilidad por su gigantismo, hiperrealismo y sentimentalismo, pero era evidente el impacto emocional que tenían sobre los locales.  

Nueva Zelanda, como muchos otros estos Estados periféricos, lograron primero independizarse, pero ahora parecen estar lanzados a un proyecto de “descolonización”. En la próxima columna continuaré haciendo algunas observaciones de la forma como creo que los neozelandeses están encarando este reto político, económico y cultural. Los paralelismos con América Latina son evidentes donde la política de la descolonización está saliendo de la especulación académica para hacerse parte de los proyectos políticos. Por esta razón, la comparación resulta pertinente y vale la pena explorarla.

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