Régimen simple sin contexto
Juan Camilo Serrano Valenzuela
Abogado y asesor tributario
Muchas opiniones generaron las visitas de la Dian realizadas en semanas pasadas a profesionales independientes, especialmente médicos, con el fin de verificar el cumplimiento de sus obligaciones tributarias, la facturación electrónica y el pago de los impuestos debidos.
Aparentemente, solo fue una jornada de control, de las que debe realizar la administración tributaria en cumplimiento de sus deberes, sin pretensión distinta al ejercicio de las tareas que legalmente le competen, a pesar de las excesivas y dramáticas reacciones de los medios y del sector, como si no fuera legítimo controlar algún sector económico que, dicho sea de paso, ha sido acusado de informalidad durante muchos años.
Fue útil, sin embargo, la apertura del debate sobre las condiciones tributarias de los profesionales independientes, entre ellos los del sector de la salud, y las perversas consecuencias de las disposiciones de la última reforma tributaria, que inexplicablemente retrocede en los importantes avances logrados con herramientas como la facturación electrónica o la formalización a través del régimen simple.
Actualmente, a pesar de lo que se diga en los mentideros tributarios, precisamente, el sector de la salud (los profesionales de medicina y las entidades prestadoras de salud) es el que tiene un control tributario indirecto más riguroso, pues, en su mayoría, reciben honorarios mediante los cobros que realizan a las EPS, de donde proviene la mayor parte de sus ingresos, por lo que pueden resultar poco eficientes los controles a aquellos profesionales cuyos ingresos ya se encuentran informados y controlados.
Las jornadas de control masivo, como ya es conocido, solo generan riesgo subjetivo, pero si se centran en profesionales ya controlados, sus efectos serán inocuos.
En relación con los profesionales de la salud, si bien es cierto que actualmente no se podría afirmar que desmejoraron en su condición fiscal por efectos de la modificación del régimen simple, porque sus tarifas se vieron claramente reducidas, sí es indiscutible que las exigencias de vinculación laboral para la prestación de servicios de educación desestimula a los mejores profesionales para que transmitan sus conocimientos en las instituciones de educación superior, ya que los inhabilita para su inscripción en el régimen simple, circunstancia que, sin duda, privilegiará –por lo onerosa que resulta– la tributación para las personas naturales de ingresos medios y altos en el sistema ordinario de renta.
Además, con la reforma a la salud que se estudia actualmente en el Congreso de la República, muy seguramente muchos servicios serán prestados por fuera del sistema público, principalmente para quienes tienen capacidad de pago, como antes, y la informalidad en la prestación de estos servicios crecerá, como antes.
No sea que los intereses de cambio del actual Gobierno lleven a sistemas ajustados y reformados, como islas, sin considerar el contexto de la organización institucional, y terminemos dañando lo que pretendemos reparar, por no considerar que los ciudadanos somos simultáneamente prestadores de servicios de salud, docentes, contribuyentes, consumidores y agentes económicos en general.
Tal parece que las reformas se han venido preparando de manera aislada, sin considerar consecuencias en otros sectores, pues, aparentemente no se han analizado los efectos, ya que se preparan textos sin contexto, como decía Mijaíl Mijáilovich Bajtin: “El texto vive únicamente si está en contacto con otro texto” (contexto).
Habrá que ver si el apostolado de quienes se han desempeñado en la enseñanza en salud, o en cualquier otra ciencia o profesión liberal, es lo suficientemente fuerte, que imponga un sacrificio tributario que va desde el pago de tarifas del 5,9 % en el régimen simple, a un confiscatorio 39 % en el sistema ordinario de la renta.
Resulta necio, en todo caso, persistir en ajustes al sistema que, indudablemente, llevarán a conseguir los mayores vicios del sistema tributario, cual es la informalidad, pues tal parece que de tanto argumentar las deficiencias de toda la organización institucional, hemos de convencernos de que vivíamos en una sociedad imposible. Bien decía Voltaire: “Decimos una necedad, y a fuerza de repetirla, acabamos creyéndola”.
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