31 de Julio de 2024 /
Actualizado hace 1 hora | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

¿Por qué tener (más) mujeres en la justicia?

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María Adelaida Ceballos Bedoya

Candidata a doctora en derecho de McGill University y becaria Vanier del gobierno canadiense

 

El pasado 21 de febrero, la Corte Constitucional decidió despenalizar el aborto hasta la semana 24 de gestación. El fallo causó controversia, entre otras razones, porque tres de las cuatro magistradas de la Corte votaron en contra de la despenalización. Esta coyuntura reavivó el debate sobre las razones para desear una justicia con diversidad de género. Para algunos, el propósito principal de tener más magistradas es que ellas hagan una diferencia en materia de derechos de las mujeres. Las tres magistradas del caso del aborto defraudaban ese propósito y, por lo tanto, desestabilizaban los cimientos de la lucha por la inclusión de las mujeres. Creo, sin embargo, que este argumento es problemático, y quisiera proponer en su lugar otros argumentos que justifican más sólidamente la presencia de las mujeres en las cortes, más allá de sus ideologías.

 

Empiezo con el argumento de la “diferencia” de las mujeres. Según algunas perspectivas, la presencia de las magistradas se justifica, sobre todo, por su voz diferente y su compromiso con la causa feminista. Pero este argumento es empíricamente débil y estratégicamente peligroso. No hay evidencia concluyente de que las mujeres tomen decisiones distintas ni más feministas que los hombres, pues las mujeres (y los hombres) son muy diversas políticamente. Así que, si presumimos que las magistradas votarán “diferente”, no solamente es probable que terminemos decepcionadas (como en el caso del aborto), sino que esta decepción debilitará nuestros reclamos por la inclusión de otras mujeres en el futuro. 

 

Por estas razones, el argumento sobre la “diferencia” debería emplearse con cautela y solamente como complemento de otros cuatro argumentos más robustos. Primero, la participación de las mujeres en la vida política, según lo confirman instrumentos internacionales, como la Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, es un componente esencial de la justicia de género. La subrepresentación femenina en cargos de poder (como la judicatura) encarna entonces una violación de nuestro derecho a la igualdad política. Ruth Bader Ginsburg lo dijo con más elocuencia: “Las mujeres pertenecen a todos los lugares donde se toman decisiones”. 

 

Segundo, las mujeres representamos más de la mitad tanto de la población como de los abogados del país, y estamos tan bien preparadas como los hombres para ser magistradas. Así que hay razones numéricas y de calidad para esperar que las mujeres logremos una participación paritaria en la judicatura. Dicho al revés: la subrepresentación de las mujeres en la judicatura es indicativa de que hay problemas con la igualdad de oportunidades en los procesos de selección judicial.

 

Tercero, la diversidad de género fortalece la legitimidad democrática de la justicia. Cuando hay más juezas y magistradas, la sociedad percibe que el sistema judicial es justo y está abierto a la diversidad. Las usuarias del sistema judicial, en particular, tienen más razones para pensar que la judicatura no solo será imparcial con ellas, sino que será empática con sus experiencias de vida. Algunos estudios en esta línea han revelado que una judicatura dominada por los hombres quebranta la confianza pública en la justicia y el Estado de derecho.

 

Finalmente, como muestra la experiencia sudafricana, una justicia más diversa contribuye a la pacificación social. Cuando la ciudadanía se siente incluida en la justicia, tiene más incentivos para llevar sus problemas ante las cortes y acatar los fallos en su contra. Estos son elementos cruciales en contextos transicionales como el colombiano, donde urge que la ciudadanía deje de resolver sus conflictos por vías ilegales.

 

Debemos exigir que se elijan magistradas(os) con agendas igualitarias, por supuesto. Lo que encuentro problemático es que, aunque tengamos tantos argumentos en favor de la diversidad de género, les pidamos constantemente a las magistradas que demuestren por qué merecen estar ahí. La judicatura fue por siglos un fortín masculino y mientras tanto, como diría Michelle Perrot, las mujeres permanecían “sepultadas bajo el silencio de un mar abismal”. Apenas ahora están saliendo a la superficie a tomar aire fresco. Critiquémoslas, pero valoremos su presencia, sus limitaciones, su individualidad y su voz.   

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