Perros, gatos y aspiradoras
Lina María Céspedes-Báez
Profesora titular de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad del Rosario
Doctora en Derecho
A los humanos siempre nos han fascinado los animales no humanos. Nuestro temor, adoración e interés por regularlos habla de las inquietudes que ellos nos causan. Pasamos de la admiración por el león, con su ferocidad y majestuosidad en medio de una selva idealizada, a la sensación de cercanía y pretendido entendimiento que nos provoca el gato domesticado en nuestra casa. No es para menos. Los animales constituyen uno de los límites que ha permitido modelar el paradigma de humanidad liberal propio de los siglos XVIII y XIX que aún nos acompaña. La otra frontera que posibilita esta versión de humanidad es la máquina inteligente. De ahí que el ChatGPT-4 nos tenga tan desorientados.
El debate sobre si los animales deben tener derechos no es más que otra iteración de la desazón que nos genera el concepto de humanidad, especialmente en un panorama en el que muchos han tenido que luchar arduamente para ser considerados humanos. Basta pensar en las mujeres y en el déficit de derechos que les legó el liberalismo o en las personas con orientaciones sexuales e identidades de género diversas que son caracterizadas como antinaturales y reciben tratos inhumanos. En este sentido, lo humano es un concepto que ha estado desde su génesis en intenso debate.
Hace unas semanas, una noticia sobre la posibilidad de embargar mascotas tuvo su efímero cuarto de hora. Más allá de la pobre lectura de la decisión, en la cual la Corte Suprema de Justicia no decidió sobre este asunto, sino respecto de la subsidiariedad de la tutela, este caso ilustra la inadecuación de un paradigma humanista propio del siglo XIX para decidir casos sobre animales. Mientras la opinión mayoritaria prefirió el tecnicismo procesal, y no se adentró en la controversia planteada por la presencia de estos particulares animales no humanos llamados mascotas como objeto de medidas cautelares, el salvamento de voto tomó el camino de incluirlos en las previsiones del artículo 42 de la Constitución Política a través de la figura de la familia multiespecie.
Las mascotas magnifican todas las limitaciones del lenguaje del Derecho que nos rige, el cual sigue siendo tributario del modelo liberal tradicional. Ese tipo de animal, alejado de lo supuestamente natural e integrado a los espacios cotidianos humanos, pone en evidencia las deficiencias de la comprensión clásica de los conceptos de persona y cosa y de la forma en la que hemos estructurado su relación. Por persona hemos entendido un ser humano autónomo y racional, y por cosa, lo inanimado o sin capacidad volitiva. La relación entre estos conceptos la hemos jerarquizado por medio de un binario. Entonces, persona es mejor jurídicamente que cosa, en la medida en que la primera tiene derechos y la otra no, y aquella puede disponer de esta a su arbitrio. Este binario ha demarcado los contornos de nuestra discusión sobre los animales. Esto explica por qué razón muchos consideran que la única salida para garantizar el mejor trato a los animales no humanos sea, precisamente, el reconocimiento de su personalidad.
Para hacer justicia a los animales, tanto a los que les damos nombre y espacio en nuestro hogar, como a los que son embargados como ganado u otras especies y no merecen titulares, deberíamos comenzar por repensar las categorías que nos ha legado el liberalismo decimonónico. Utilizar la personalización para procurar resolver las injusticias que han sufrido implica someterlos a otra: a una humanización en nuestros propios términos muy cercana a la infantilización. Los animales no humanos son seres vivientes que no deliberan en nuestras comunidades políticas. El que no puedan participar políticamente no significa que no debamos tenerlos en cuenta y valorarlos como parte de nuestra vida en sociedad. Nuestra existencia está entrelazada a la de ellos y debemos hacer un esfuerzo profundo por entender cuál debe ser su lugar y protección adecuada.
Esto implica emplear creativamente las categorías que tenemos por el momento, como la propiedad, de manera que cumplan estos objetivos, y proponer nuevas que nos permitan, en un futuro cercano, dejar atrás los legados de un humanismo que excluyó a tantos seres de la protección del Derecho. A manera de ilustración, repensar la propiedad podría suponer explorar propuestas como la del profesor de Derecho David Fravre, quien ha sugerido mantener esta institución para regular las relaciones de los animales y entregar un interés en la propiedad a estos con el fin de darles protección. Este tipo de aproximaciones nos permitirán dejar atrás el extremo de la personificación y, también, parafraseando una expresión del magistrado Jorge Iván Palacio, el de la inclusión sin miramientos de perros, gatos y aspiradoras en una misma categoría.
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