23 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 9 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

Los formadores de opinión y el poder

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Javier Tamayo Jaramillo
Ex magistrado de la Corte Suprema de Justicia

tamajillo@hotmail.com

Confieso que, desde hace tiempo, abandoné la costumbre de leer, ver o escuchar noticias y columnas de opinión. Además, hojeo con prevención las obras de historia escritas por quienes han participado en los hechos historiados, o ya tienen una opinión fundada sobre los mismos, y, casi siempre, carecen de imparcialidad en la exposición y el análisis respectivo.

No pretendo que los intelectuales dedicados a formar opinión periodística, política, histórica o universitaria dejen de hacerlo, o se sometan a la tortura inútil de una imparcialidad perfecta. Pero, eso no impide que formule algunas críticas a quienes, ligados a cualquier forma de poder, por necesidad, por ideología política o religiosa, o por deseos de adquirir más poder, publiquen informaciones reñidas con la verdad, solo digan verdades que benefician sus intereses y guarden silencio sobre hechos inconvenientes para quienes les conceden esa falsa sensación de que hacen parte del poder real. Basta leer a los historiadores de la guerra civil española para darse cuenta de que, casi siempre, para ellos, solo uno de los bandos cometió asesinatos y solo uno de los contrincantes fue víctima de la violencia del contrario. Lo mismo ocurre, en Colombia, con los columnistas que opinan sobre el conflicto con los grupos subversivos.

Me parece, pues, que el intelectual que pretenda informar y generar opinión objetiva e imparcial debe respetar a su público, y tiene, por lo tanto, que ser ajeno a cualquier tipo de poder que pueda contaminar la visión racional de su intelecto; considero, también, que, éticamente, es un fracasado si se dedica a opinar, a informar o a narrar los hechos sociales, y solo habla de lo favorable para quienes comparten sus ideas o les dejan caer migajas de poder; o guarda absoluto silencio o deforma la realidad de hechos que para él o su mesías son inconvenientes.   

El intelectual desligado de cualquier poder, interés o ideología, tiene más libertad para ser más o menos imparcial cuando analiza hechos causados por múltiples factores que, casi siempre, les son ajenos emocionalmente. En cambio, la apreciación axiológica que tiene el formador de opinión que se halla sensiblemente afectado por una ideología, o que depende de cualquier clase de poder afectado por esos hechos, difícilmente sea leal con su público, y así sea contra sus convicciones, tiende a proteger sus intereses o los de quien los protege. 

Así mismo, el intelectual que pretenda formar opinión solo será puro y ético cuando sea capaz de expresar sus opiniones o de informar sobre los hechos sin faltar a la verdad y a la imparcialidad, afecte a quien afectare. Y que sea capaz de informar u opinar sobre hechos que van contra sus propias convicciones. Eso solo es, más o menos posible, cuando quien forma opinión no está ligado a ningún poder cualquiera que sea, es decir, posea el poder propio que le brinda su libertad de expresarse sin restricciones externas. Su conciencia es el único límite a la libertad de formar opinión.

Podemos concluir que todo intelectual tiene la absoluta libertad de pensar como quiera, pero sin pretender usar los medios de comunicación para incidir en los demás para que piensen como él, acudiendo a mentiras o escondiendo opiniones contrarias a la suya. Quien no sea capaz de ser objetivo al expresar sus opiniones públicamente, que renuncie, si desea ser ético en su oficio.

Sin embargo, a menudo, los intelectuales hallan su sustento con sus libros o columnas de opinión en los diversos medios de comunicación. Considero maldito el día en el que estos quedaron, directa o indirectamente, en manos de los grupos económicos o políticos. Ahí murieron la libertad de opinar libremente y el derecho a recibir opiniones e informaciones ciertas y objetivas.

Es moneda corriente encontrar en medios de comunicación opiniones de personas que, en la academia, fungen como intelectuales puros dispuestos a encontrar y comunicar la verdad, sin tener que medir sus consecuencias, pero en los medios de comunicación que los arropan guardan silencio sobre actuaciones de sus protectores, o crímenes cometidos por facinerosos ligados a su línea ideológica.

Peor, aun, es la conducta de profesores universitarios que, abusando del poder que da el saber, en lugar de formar a sus estudiantes, mostrándoles las diversas teorías sobre determinado problema, los adoctrinan vulgarmente, para que nadie piense contrario a ellos. Por favor, si no son capaces de formar pensadores, salgan de esa miserable cuota de poder que ejercen en las cafeterías de las facultades.

Las utopías son edificantes.

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