24 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 15 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

‘La Odisea’ de Homero

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Diego Eduardo López Medina

Profesor Facultad de Derecho Universidad de los Andes

diegolopezmedina@hotmail.com

La profesora Emily Wilson de la Universidad de Pensilvania ha sido la primera mujer en traducir al inglés las obras clásicas La Odisea (2017) y La Ilíada (2023) de la tradición épica. Como ella misma explica, toda “traducción” es en realidad una “transcreación”: un intento por lograr, a partir de una obra original de mérito, que su contenido y fuerza lleguen a una nueva audiencia de lectores interesados. Su transcreación de La Odisea ha sido saludada como un verdadero acontecimiento que rescata, para las nuevas generaciones, un texto fundacional de la experiencia humana.

La premisa de la transcreación de Wilson es más bien sencilla: si se trata de Homero, se piensa que sus libros tienen que sonar “antiguos” y “heroicos”. En su lugar, ella propone un lenguaje leal al texto, pero sencillo y contemporáneo. El gesto arranca desde el primer verso que ha emocionado a la crítica:

“Háblame de este hombre complicado”, en vez de versiones más pesadas: “Declámame acerca del hombre, Musa” o “Háblame, oh Musa, de aquel varón de multiforme ingenio”.

Estas traducciones pomposas y anticuadas tuvieron el desafortunado efecto de haber distanciado a muchas generaciones de lectores que se deslizaron por la superficie del texto de los clásicos (los de Homero y muchos otros). Según Wilson, “las impresionantes muestras de retórica y de fuerza lingüística son adecuadas para hacer que el texto luzca importante y para generar un tipo particular de admiración, pero tienden también a silenciar el disentimiento y a esconder formas más profundas de comprensión”.

Cuando yo intenté leer La Odisea por primera vez hace años, esta distancia cultural y lingüística con la obra me llevó a una lectura que ahora pienso es superficial: recuerdo una especie de obsesión por entender la “mitología” griega en desmedro de la narración y de su significado. Y hay que agradecer a Wilson, porque su transcreación ayuda a concentrarse en esos elementos centrales.

Uno de ellos es evidente, pero no me dejó de tomar por sorpresa por su relevancia para nuestro país: La Odisea es la historia del fin de una guerra y del retorno, aún más complejo y violento, de los guerreros a su lugar de origen en Ítaca. Odiseo regresa cansado y traumatizado de una guerra terrible en el sitio de Troya, donde han cometido serios crímenes por los que los dioses (en especial, Poseidón y de forma más ambigua, Atenea) los persiguen y atormentan. A su retorno final a Ítaca, habrá más violencia que en la misma guerra: no hay en realidad un final feliz, sino las duras realidades de los que aspiraban a un final feliz que se vuelve inalcanzable.

La traducción de Wilson ilumina otros aspectos fundamentales de la obra que no cubre con eufemismos: con menos retórica grandilocuente, el texto permite recuperar elementos de la “escenografía” narrativa que se pierden bajo el papel fundamental de los “héroes”. Aparecen así los esclavos y esclavas de la narración, las intensas relaciones de jerarquía social, el lugar esencial del “honor” y de la posición, el papel correlativo entre “belleza” y posición social, etc. Entre los griegos, ser “como un dios” es asumir una posición resplandeciente y sobresaliente, por el aura que adorna al que hace “hermoso” su propio “poderío.

Se trata de una traducción contemporánea, fresca, intensamente feminista, dirigida a nuestra época, pero también notablemente leal al texto histórico. Las interpretaciones transcreativas, para que sean adecuadas, deben mantener un adecuado balance entre lealtad e innovación. Esto lo logra Emily Wilson en su traducción de La Odisea. Un balance parecido es el que se exige de la “transcreación” de los materiales jurídicos, pero eso es tema para otra ocasión.

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