24 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 20 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

¿La lucha contra las drogas nos está empobreciendo?

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Omar Fernando Arias Reinoso

PhD en Economía

Después de 50 años de lucha contra las drogas ilegales y una política internacional de prohibición, el tráfico de estupefacientes sigue siendo un negocio extraordinariamente rentable y sólido. Según la ONU, en el 2020, la producción mundial de cocaína llegó a un máximo histórico de casi 2.000 toneladas. Esta producción está concentrada, principalmente, en el triopolio andino de Colombia, Perú y el Estado Plurinacional de Bolivia. En el caso de Colombia, que concentra casi el 70 % de la producción mundial, preocupa la tasa de crecimiento del cultivo de hoja de coca. Según la UNODC, en 1990, en pleno auge de los carteles de Medellín y Cali, había 50.000 hectáreas cultivadas; en el 2020 esta cifra casi se cuadruplicó. Este negocio ha permeado la formación (o deformación) de sus instituciones culturales, políticas y económicas, dificultando el desarrollo económico de estos países. La pregunta natural es ¿la lucha contra las drogas nos está empobreciendo?

Para responder apropiadamente esta pregunta debemos comprender la naturaleza del mercado internacional. Demanda y oferta. EE UU y los países europeos son los principales consumidores mundiales de cocaína. Esta demanda surge de dos instituciones culturales idiosincráticas. Primero, la búsqueda incesante de productividad y rentabilidad que lleva a sus trabajadores a esforzarse por encima de los límites naturales del cuerpo humano; segundo, la búsqueda incesante de placer y satisfacción personal hasta el punto de la euforia desbordada. En ambos casos, una porción importante de la población de estos países encuentra en la cocaína un mecanismo básico de sobrevivencia. Dada la escasez de sustitutos cercanos, la función de demanda internacional de cocaína es inelástica. Es decir, los consumidores están dispuestos a pagar altas sumas de dinero, por ejemplo 100 dólares, por un gramo con tal de mantener su consumo.

El triopolio andino responde a esta demanda a partir de una estructura industrial específica. Primero, las montañas de los Andes ofrecen la altura y la precipitación apropiadas para garantizar la producción de hoja de coca. Segundo, los bajos retornos de la agricultura y la pauperización rural inducen a los campesinos a producir hoja de coca como medio de subsistencia, aceptando casi un dólar por kilo. La desigualdad de oportunidades causa ilegalidad. Tercero, la ausencia de Estado y debilidad de las instituciones legales en la periferia facilita la aparición de grupos insurgentes y contrainsurgentes que, usando violencia, producen pasta y base de cocaína por casi 500 dólares por kilo. La ilegalidad causa violencia. Finalmente, la corrupción de las instituciones políticas facilita el tráfico del clorhidrato de cocaína por carteles en diferentes departamentos, llegando a casi a 10.000 dólares por kilo. Según la UNODC, en el 2021, Colombia exportó 1.400 toneladas de cocaína, lo cual representó a alrededor del 20 % del PIB de ese año. Este dinero enriquece las mafias (minoría), pero empobrece al resto de la población (mayoría), porque la violencia reduce la inversión y, por ende, la actividad económica. La violencia empobrece.

La lucha contra las drogas liderada por EE UU está basada en el principio maniqueísta de que el mal viene de terceros. Por esto, la política de reducción de la oferta ha sido más fuerte y sistemática que la de reducción de la demanda. Un ejemplo de esta política es el Plan Colombia implementado durante el periodo 2000-2015, cuyo objetivo fue, por una parte, recuperar el territorio nacional de los grupos armados ilegales, y por otra, bajar la producción de cocaína mediante erradicación (manual y por aspersión) e interceptación (aéreo y marítimo). Los resultados fueron ambivalentes. Se recuperó una gran parte del territorio nacional, pero no se redujo la producción de cocaína. Aumentó. Esto se explica porque las reducciones de oferta en un mercado con demanda inelástica se traducen en incrementos en el precio que mejoran los beneficios e incentivan su producción. Esto se conoce como efecto cobra, y es uno de los efectos no deseados de la política de luchar más fuerte contra la oferta que contra la demanda de drogas.

Hay efectos adicionales, por ejemplo, el efecto globo. La búsqueda de beneficios extraordinarios mueve la producción ilegal entre diferentes departamentos o países de acuerdo con la inefectividad de interceptación por parte de las autoridades gubernamentales. Además, el efecto hidra. La captura de grandes capos del narcotráfico lleva a la proliferación de traficantes medianos cuya estrategia de camuflaje con la sociedad civil dificulta su captura. Finalmente, inflación. Los beneficios del narcotráfico se lavan en la economía mediante compras ineficientemente costosas en finca raíz, agricultura, negocios informales, servicios religiosos o de diversión, entre muchos otros, empeorando la desigualdad de oportunidades en el acceso a recursos y, por tanto, empobreciendo la sociedad. Estos efectos se mitigarían si complementamos las políticas contra la oferta con políticas más fuertes de reducción de la demanda. Si la demanda cae más que la oferta, cae el precio final, caen los beneficios y, por ende, se reduce la producción ilegal.

La creciente demanda de drogas ilegales por parte de los países desarrollados, la política internacional de prohibición, y la debilidad de las instituciones económicas y políticas de los países productores, llevan a expansiones en la producción y distribución de drogas ilegales en el mundo. La fuerza de las políticas contra la oferta y la debilidad de las políticas contra la demanda por parte de los países desarrollados, aumentan los beneficios del mercado internacional de cocaína, lo cual, unido a la desigualdad de oportunidades en los países subdesarrollados, incentivan la producción de hoja, pasta y clorhidrato de cocaína. La ilegalidad necesita de la violencia, y Esta empobrece la sociedad, porque desestabiliza la economía y reduce la inversión y formación de capital. Los enormes beneficios del narcotráfico enriquecen a una minoría mafiosa, pero empobrecen la mayoría de la población civil que no participa directamente en este mercado. Por tanto, la lucha contra las drogas ilegales como está planteada nos está empobreciendo.

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