25 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 59 minutos | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

Incertidumbre y desconfianza

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Juan Camilo Serrano Valenzuela
Abogado y asesor tributario

jcserranov@jcsvabogados.com

 

Muy demorada resultó la concertación prometida sobre el texto de la reforma tributaria propuesta por el Gobierno Nacional, y muy reservadas las sesiones de su discusión, a pesar de haberse socializado, aparentemente, entre gremios e interesados, pero poco con la ciudadanía no representada, que es, en últimas, la mayor aportante de los recursos que generará la nueva carga tributaria.

 

La propuesta de reforma, como ya lo hemos indicado, grava de manera importante a aquellos contribuyentes, personas naturales, cuyas tarifas se encuentran en medio de la tabla progresiva, pues la unificación de las cédulas –afortunadamente sin incluir, al parecer, las ganancias ocasionales–, además de la disminución de las exenciones y las deducciones aceptables, no solo implicará una mayor base, sino, además, tendrá un efecto muy importante en el incremento de la tarifa, especialmente para aquellos contribuyentes de ingresos medios.

 

Es claro que una tarifa del 39 % resulta suficientemente alta para quienes reciben mayores ingresos, y quienes ya se encuentran en ese rango solo incrementarán su tributación en el equivalente a la reducción de los beneficios aceptables, es decir, sobre los cerca de 150 millones de pesos en los que se reduce el beneficio, que, en la mayoría de los casos, solo equivaldría a porcentajes de entre el 2 % y el 4 % de los impuestos que actualmente pagan. Seguramente, acá estarán los 4.000 más ricos de Colombia e, incluso, algunos adicionales.

 

Para quienes se encuentran en tarifas inferiores, es decir entre el 19 % y el 37 %, la nueva tarifa se incrementará al igual que la base, y su tributación podría tener incrementos de hasta el 67 %, según algunas modelaciones, y en ningún caso inferior a la aplicación de la tabla sobre la disminución efectiva de las deducciones y exenciones especiales a personas naturales, como consecuencia de la graduación de “ricos” a quienes hasta ahora solo han gozado de pertenecer a la clase media.

 

Por otra parte, valiosa es la moderación del incremento de los impuestos a los dividendos, aunque la fórmula acordada de descontar el 19 % de la tarifa aplicable tiene el mismo efecto de la disminución de los beneficios especiales, pues únicamente disminuye el gravamen a quienes ya se encuentran en la tarifa máxima, es decir a los 4.000 más ricos –o algunos más–, pues la determinación del rango de ingresos en tarifas progresivas con cédula única solo afecta a la clase media, que deberá contribuir en niveles proporcionales a los de ingresos altos; se incrementan los ricos por obra y gracia de necesidad recaudatoria del Gobierno.

 

Sin embargo, no solo están perjudicados los contribuyentes anotados con las propuestas gubernamentales. El otro gran damnificado será la inversión, no solo la proveniente del exterior, que oxigena de manera importante la economía, pues el desestimulo a nuevos proyectos es inmenso, al dejar de lado la posibilidad real de recibir retorno de las nuevas inversiones, ya que, sin entrar en la discusión de la doble tributación en los impuestos a los dividendos, es innegable que, con las tasas agregadas de sociedad y dividendos, los rendimientos para los accionistas serán muy menores a los que se obtendrían con capitales perezosos, con rentabilidades obtenidas por tasas de cambio o simples rendimientos, lo que le haría un lánguido favor al sector productivo.

 

Si la intención es estatizar el gasto y el crecimiento, como parece, las disposiciones deberán acompañarse con emprendimientos públicos, para evitar el empobrecimiento del sector productivo, que muchos auguran, y generar desconfianza en el futuro, inseguridad en los proyectos del presente e incertidumbre sobre las consecuencias de tan duras disposiciones a cargo de quienes tienen capacidad de generar crecimiento económico.

 

No sea que el interés superior y plausible de disminuir la pobreza y la desigualdad, acudiendo a fuentes que se creen inagotables de recursos, nos traslade a la necesidad de advertir, como lo hacía Sempronio a Celestina, en la magistral obra literaria de hace centurias, que “cuando el principio se yerra, no puede seguirse buen fin”, pues, también como allí se advertía, “En pensarlo tiemblo, no vayas por lana y vengas sin pluma”.

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