23 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 10 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

El multiculturalismo en Aotearoa

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Diego Eduardo López Medina

Profesor Facultad de Derecho Universidad de los Andes

diegolopezmedina@hotmail.com

Después de la “ocupación” de la terra nullius de Nueva Zelanda por parte de los ingleses, el país sufrió un desarrollo constitucionalmente atípico. Durante mucho tiempo, se pensó que la población maorí desaparecería por influjo de las nuevas enfermedades de ultramar, el desplazamiento de sus tierras y, finalmente, una guerra interna (la de los “mosquetes”) entre los diferentes “iwi” (o pueblos) maoríes. Pero esta premonición, que hubiera dado supremacía absoluta a los europeos, nunca llegó a cumplirse. Al finalizar la guerra de los mosquetes, los neozelandeses europeos tuvieron que aceptar el tozudo hecho de su coexistencia con un pueblo autóctono todavía numeroso, que, aunque relegado y menospreciado, no podía ser escondido debajo de las piedras. 

En reconocimiento de este hecho, la todavía colonia de Nueva Zelanda tuvo que firmar, en 1840, el Tratado de Waitangi. Este tratado estableció dos principios atípicos para la experiencia colonial de la época. El artículo 1º afirma que los jefes y pueblos maorí reconocen la soberanía del monarca inglés; pero el artículo 2º se apresuraba a afirmar que el soberano inglés reconocía, de su lado, a los “jefes y tribus, a sus familias y a sus respectivos individuos” la posesión exclusiva e imperturbable de sus tierras, pesquerías y bosques y de cualquier otra propiedad comunal o individual “siempre que deseen conservarlas”. El primero es el principio de kawanatanga (o de gobierno) y el segundo es el principio de rangatiratanga (o de autodeterminación).

El cálculo del gobierno inglés después de la firma del tratado es que podría culminar el despojo, no por vía de colonización forzada, sino por vía de “autonomía de la voluntad” (“siempre que deseen conservarlas”). Esta previsión afortunadamente no ocurrió y los maoríes se integraron a la economía global, como sus vecinos y connacionales europeos, vendiendo madera, carne, mantequilla y el producto de la extracción minera. Por esa ruta lograron una cierta estabilización de la población y de su economía (que hoy es del 15 % de la población neozelandesa) y un cierto estatus que les permitió participar, de igual a igual, en las guerras mundiales. Por esta particularidad histórica y constitucional, los maoríes encontraron su lugar en una democracia parlamentaria bicultural.

Luego de Waitangi, de la participación de la población polinesia en las guerras europeas y la llegada de un cierto pluralismo cultural, los maoríes quedaron mejor ubicados (mucho mejor que otros grupos indígenas) en la negociación por la identidad cultural de Nueva Zelanda. Aunque los maoríes no tienen todavía el mismo ingreso per cápita que la población de origen europeo, sin embargo, es claro para el turista extranjero que la “marca país” es una mezcla estratégica entre una “nueva Inglaterra” en el sur y un espacio polinesio maorí que también recibe alto reconocimiento.

La “nueva Inglaterra” se detecta en muchos gestos: la conducción a la izquierda, el orden social y la inserción nacional en los mercados globales. De otro lado, el país entero tiene una impronta cultural maorí, incluso más allá de los miembros de la etnia y de sus iwi: hay una presencia estructural de la lengua en el espacio público, hay un bilingüismo funcional significativo (no solo entre maoríes, sino también entre los neoeuropeos), la política maorí está bien representada en los cuerpos regionales y nacionales y la presencia cultural aborigen se hace sentir con fuerza.

Un ejemplo de esto último llama la atención: los maoríes tienen en sus aldeas una casa común donde realizan la acción política y ritual de toda la comunidad. A estas casas se les denomina “marae” y sirven para reuniones, celebraciones, funerales, etc. La casa tiene una antesala de bienvenida, un lugar principal de reunión y sitios de servicios (como baños y cocina). El marae tiene el espíritu de la comunidad y es tratado como un espacio ceremonial vivo: a ello contribuye el trabajo estructural y las esculturas en madera tan comunes en todo el espacio polinesio. Los marae, además, sirven para la escenificación de las cortes Rangatahi, jueces indígenas que no forman una jurisdicción “especial” o independiente, sino que se conciben como otra cabeza de la jurisdicción nacional.

Pues bien: muchas escuelas públicas de Nueva Zelanda (de hecho 127, según una respuesta a un derecho de petición por el Ministerio de Educación), tienen edificios o forma explícita de marae con sus correspondientes atributos culturales y simbólicos.

Aotearoa es el nombre maorí de Nueva Zelanda: hoy es nombre oficial del país, el nombre autóctono de la “Nueva Europa” que quisieron llamar “Nueva Zelanda”.

¿Cuál es, cuál sería, el nombre indígena del pedazo de tierra que llamaron “Nueva Granada” y luego “Colombia”?

Esas son algunas de las razones que alcanzo a captar en el intenso multiculturalismo constitucional de Aotearoa y que es difícil de ver en una Colombia hispánica que nunca ha reconocido la paridad cultural y política de sus pueblos indígenas.

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