24 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 1 día | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

El dudoso valor del consentimiento

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José Miguel De la Calle

Socio en Garrigues

En el Fedro de Platón aparece un maravilloso diálogo sobre el mito de las cigarras, en el que Sócrates relata cómo el canto penetrante de las cigarras (chicharras) que se produce al medio día a campo abierto y a pleno sol puede terminar embelesando a las personas y convirtiéndolas en súbditos o esclavos, todo por efecto del don que estos animales en tiempos muy antiguos recibieron directamente de los dioses, don que consistía en la facultad de no necesitar alimento alguno desde que nacen y, sin comer ni beber, no parar de cantar felizmente hasta morir. El encanto que derrumba la fuerza de voluntad de los seres es un tema reiterado de la mitología universal y uno de los más fascinantes. Se recuerda también la historia de Ulises, quien, para resistir el poder musical y erótico de las sirenas, tuvo que amarrar su cuerpo al mástil de su embarcación, y así no sucumbir ante la fuerza indomable de las musas y terminar ahogado en las aguas del mar.

De la mitología griega saltamos directamente a los tiempos actuales para analizar, a modo de analogía, cómo la voluntad del hombre como sujeto de derecho puede verse doblegada por otros encantos, menos literarios, pero igual o más poderosos que los de la antigüedad.

El consentimiento es la manifestación externa de la voluntad de una persona para recibir derechos o asumir obligaciones. En teoría, el mismo ha de ser libre e informado, tanto así que se vicia cuando está mediado por la fuerza, el error o el dolo. Sin embargo, la verdad es que muchas relaciones jurídicas y comerciales nacen a partir de un consentimiento bastante cuestionable o limitado y, a pesar de ello, la sociedad termina por aceptarlos como medios válidos para crear obligaciones y así mantener la dinámica económica que mueve al mundo actual. Se distinguen dos casos principalmente: (i) el consentimiento emocional y (ii) los acuerdos atados, en modo todo o nada.

En el primer caso hago referencia a todas las circunstancias en las que el sí está originado fundamentalmente en la emocionalidad que rodea la decisión misma, más que en criterios racionales propios de una determinación libre e informada, lo cual ocurre usualmente en el ámbito del consumo masivo. La neurociencia ha venido demostrando que las decisiones de consumo se toman en su mayoría como resultado de estímulos que atacan directamente a los sentidos y que son provocados por acciones de mercadeo a través de los medios de comunicación, los cuales son procesados principalmente a nivel del subconsciente del individuo.

Al referirme a los acuerdos atados en modo todo o nada, aludo a cualquier tipo de consentimiento expresado a conciencia de que negarse a prestarlo trae como consecuencia la imposibilidad de acceder a una prestación adicional muy relevante, o a un conjunto de bienes o servicios que son vistos por el individuo como muy deseables. Es el caso típico de las autorizaciones que se firman para permitir el acceso a los datos personales, sin la cual el titular se vería privado de la oportunidad de recibir un crédito bancario u otro beneficio, o el consentimiento que se da a las plataformas de redes sociales para permitir a terceros el acceso a fotos y otros datos personales, indispensable para poder acceder a los datos personales de los demás usuarios. En ese sentido, el consentimiento se da no por la libre voluntad de abrir la vida privada a los demás, sino por el deseo incontenible de acceder a los datos de otros.

Lo que más impresiona es que en las encuestas sobre privacidad, los humanos parecen muy conscientes de que el acceso a ese tipo de plataformas y servicios afecta severamente su privacidad y, no obstante ello, prestan su consentimiento, pues no tienen otra alternativa para obtener un estímulo que les resulta encantador e irresistible, tanto como lo era el canto de las cigarras o las sirenas.

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