Ser mujer sigue siendo un motivo de desventaja
Natalia Rueda
Profesora de Derecho Civil y de Familia de la Universidad Externado de Colombia
Hace poco el Banco Mundial publicó el informe La mujer, la empresa y el derecho 2024, que ofrece una serie de datos y herramientas que permiten medir el desarrollo de, entre otras cosas, leyes y marcos normativos que permitan lograr la igualdad material. Una de las conclusiones del informe tiene que ver con la garantía de derechos, señalando que en todo el mundo no existe un solo país en el que las mujeres tengan, legalmente hablando, los mismos derechos que los hombres. En términos generales, señala el informe, puede afirmarse que, a lo sumo, las mujeres llegan a tener dos tercios de los derechos de los hombres. Ante la retahíla de quienes señalan que la igualdad ya se logró, podría bastar mostrar estos datos. Sin embargo, detrás de esas observaciones que pretenden descalificar al feminismo existe una resistencia desinteresada por los datos y su análisis objetivo.
De allí que no se analicen ciertos fenómenos claramente feminizados, justamente porque no se aplique la perspectiva adecuada. Por ejemplo, la falta de interés por los trabajos de cuidado, no obstante su impacto en el PIB y el hecho de que su realización recae en buena medida en el esfuerzo de muchas mujeres que no cuentan con apoyo ni redes, familiares o sociales, hace que los Estados no ofrezcan muchas herramientas que favorezcan la conciliación real entre la vida laboral y la vida personal. Sin importar los mandatos de la OIT, por ejemplo, según lo que señala el informe del Banco Mundial, los países siguen sin ofrecer servicios de cuidado infantil asequibles.
Este dato, que se incluye solo a modo de ejemplo, conduce a otra consideración relevante sobre el Derecho, pues la sola consagración de un derecho, como declaración de intención, no necesariamente ofrece las condiciones para su ejercicio. Es más, los datos del informe del Banco Mundial permiten comprender que la consagración de derechos no se traduce en oportunidades reales y requiere de unos esfuerzos que los Estados no están haciendo. Algo tan simple como la dificultad para recabar datos desagregados por sexo ya se muestra como un obstáculo, en muchas ocasiones, insuperable para la definición de políticas públicas.
Esta y otras barreras dan lugar a una serie de brechas que además se profundizan frente a la falsa percepción de igualdad. Esto explica por qué aún, en el 2024, la Corte Suprema de Justicia debe seguir reiterando en sus sentencias los postulados más elementales del derecho procesal, obviedades como que las pruebas no deben valorarse con base en prejuicios o que no deben derivarse máximas de la experiencia a partir de estereotipos. En ese mismo sentido, pareciera que la aplicación de la llamada perspectiva de género se ha convertido en una muletilla de quienes ni siquiera han estudiado mínimamente los elementos metodológicos para su correcta aplicación, para afirmar que se trata de un instrumento que favorece a las mujeres porque sí o entre quienes más derechamente la aplican mal. Con ello, se ha favorecido un clima de desconfianza que no favorece la igualdad de armas y la justicia. Además, entre quienes supuestamente saben de qué se trata tampoco se encuentra eco para la materialización. Ejemplo de ello, el 5 de marzo la Corte Constitucional publicó la lista de conjueces para el 2024. De 18 conjueces, solo hay cinco mujeres.
Y para quien tenga listo el reclamo de la supuesta meritocracia, no estaría mal considerar el panorama completo: falta de conciliación real, feminización del cuidado, violencias y acoso, y otros fenómenos que explican por qué las mujeres ascienden menos en las jerarquías institucionales. En el Derecho baste considerar que en Colombia más del 50 % de graduados de las facultades de Derecho son mujeres, pero ¿cuántas magistradas de altos tribunales tenemos? Eso no se explica solo con el argumento de que los hombres tengan más méritos (que es lo que parecen insinuar quienes aducen esto), sino que tiene una explicación en la teoría: techo de cristal, suelo pegajoso y otras categorías que, en palabras simples, se refieren al hecho de que aún en el 2024, ser mujer sigue siendo un motivo de desventaja.
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