24 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 13 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

Salomón Kalmanovitz, una historia de vida

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Jorge Armando Rodríguez Alarcón

Profesor de la Escuela de Economía

Universidad Nacional de Colombia

En Ejercicios de memoria, su autobiografía, Salomón Kalmanovitz cuenta cómo el encuentro con el institucionalismo en la década de los noventa, especialmente con las obras de Douglas North y John Commons, le abrió “nuevos horizontes para estudiar la historia del país” y, en particular, lo llevó a explorar el papel y los efectos económicos de la Constitución o, en general, del marco legal. Los frutos de ese encuentro pueden apreciarse, por ejemplo, en el libro Las instituciones y el desarrollo económico en Colombia y en el ensayo El orden social y la construcción de Estado en Colombia. Más allá de las especificidades de esta dimensión de su obra, Kalmanovitz ha contribuido a avivar el interés por la relación entre los mundos del derecho y la economía, una contribución de gran significación, más considerando que en nuestro medio, sobre todo en el periodo previo a la Constitución de 1991, el tema recibía poca atención entre economistas.

En dicho campo, una idea central del autor es que el débil lazo entre tributación y representación política, de una parte, y la baja capacidad del Estado para cumplir sus funciones, de otra, son fenómenos interrelacionados que han marcado el devenir histórico colombiano, restringiendo el desarrollo de la democracia liberal.

Entre la izquierda todavía pesa la imagen del Kalmanovitz crítico de Mario Arrubla y la teoría de la dependencia. “No existe una historia nacional”, sentenció Arrubla en su libro Estudios sobre el subdesarrollo colombiano, publicado en 1969, antes de sostener que el desarrollo capitalista en Colombia era imposible, planteamiento que Kalmanovitz rebatió en un ensayo de 1975, famoso además por su estilo polémico punzante.

Aunque tanto el libro de Arrubla como el ensayo de Kalmanovitz utilizaban el andamiaje teórico heredado de Marx, llama la atención que ambos autores hayan terminado tomando distancia frente a esta corriente de pensamiento, o al menos frente a sus formas más dogmáticas (según el mismo Arrubla, la publicación de su libro fue demorada y antes de que saliera de la imprenta él ya “había dejado de ser marxista”). Sin embargo, abandonar el fervor revolucionario no impide reconocer en Marx a uno de los más agudos estudiosos del capitalismo; Kalmanovitz siguió recurriendo a las ideas del filósofo y economista alemán, como las relacionadas con los derechos de propiedad y la acumulación de capital, en complemento con el institucionalismo.

Como estudiante, fui testigo y beneficiario de la faceta de Kalmanovitz como educador en la Facultad de Ciencias Económicas (FCE) de la Universidad Nacional de Colombia. Pese al ambiente enrarecido por los tropeles y cierres del claustro, allí promovió el estudio de los economistas clásicos y de las teorías keynesianas y neoclásicas, junto con un grupo de profesores que incluía a Jesús Bejarano, Homero Cuevas, Juan José Echavarría, Alberto Muñoz y Fernando Tenjo, incitándonos a privilegiar la lectura de las obras originales de economistas como Kalecki o Minsky sobre los libros de texto.

Así mismo, el profesor Kalmanovitz mostró con el ejemplo que no era una buena cosa criticar a la economía neoclásica sin conocerla (eso es válido también para las demás vertientes teóricas), impartiendo un par de cursos sobre teoría y política monetaria que tenían como protagonistas a autores de esa escuela. Era un profesor de pocas palabras, las suficientes como para recalcar la importancia de esforzarse por escribir bien. En su autobiografía, describe a los estudiantes de la FCE como “inteligentes y pilos”, con todo y que en la selección de los docentes “a veces se colaban profesores bastante malos”.

En los Ejercicios de memoria figuran de manera prominente las ciudades de Barranquilla, Bogotá y Nueva York; también, la relación con los padres, la introversión, la influencia de la inmigración, el mundo judío, la militancia y el radicalismo político. Del mismo modo, la escritura de obras como La agricultura colombiana en el siglo XX y Economía y Nación, el trabajo en el Dane y la Contraloría General de la República, así como la etapa de conservatismo macroeconómico en la Junta Directiva del Banco de la República. Las vivencias están acompañadas de reflexiones acerca del acontecer histórico colombiano. Figuran allí, además, los altibajos de la vida, incluyendo la enfermedad y la pérdida de personas queridas, al igual que los errores y arrepentimientos.

De todas esas vueltas y revueltas, surge una historia de vida que, creo yo, ha buscado cultivar la autonomía personal, la formación del propio juicio. Hay en ella una constante: la tenacidad y la perseverancia en el ejercicio de escribir. Condimentado con un sentido del humor a la vez perspicaz y ácido, transmite afecto a sus discípulos y amigos –entre quienes me cuento– ante todo con la generosidad y calidez del corazón y las actitudes. Su gran preocupación intelectual ha sido Colombia, hacia allí ha dirigido el profesor Salomón Kalmanovitz su trabajo y sus talentos de economista e historiador.

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