22 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 9 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

A mi hijo de 13 años le pidieron la Constitución…

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Diego Eduardo López Medina

Profesor Facultad de Derecho Universidad de los Andes

diegolopezmedina@hotmail.com

A mi hijo Elías le pidieron en el colegio que comprara la Constitución para empezarla a estudiar. Este es un paso importante en su educación normativa: está pasando de las normas “caseras” y “sociales” que ha aprendido hasta ahora, a la Constitución como primer peldaño de las normas jurídicas formales que poco a poco irán “imponiéndose” en su vida. Uno de nuestros principales problemas es que no somos una sociedad bien integrada porque las personas funcionan desde marcos normativos dispares: las normas caseras les dejan improntas y hábitos de comportamiento que no siempre se pueden reconciliar con una ética y una legalidad públicas y compartidas. 

La conciencia subjetiva de que algo es bueno o malo, correcto o incorrecto, normativo o antinormativo, se construye originalmente a partir de materiales “blandos” del mundo social. Las normas blandas casi siempre las adquirimos en el hogar y la escuela. Provienen de sistemas normativos anclados en memorias, hábitos, costumbres y expectativas que se colorean además con los mensajes de las moralidades religiosas dominantes. Se configura así una línea de base normativa que se imparte en la educación inicial de infantes y niños.

Sin embargo, la “normatividad” del hogar, la escuela y la parroquia es compleja: está llena de ideales y principios encomiables, pero también normaliza, con el ejemplo, conductas problemáticas y disvaliosas. Los valores caseros tienden a ser particularistas y a estar encerrados en solidaridades estrechas y familiares, con empatía máxima para los próximos, pero con distancia y desconfianza de los lejanos. Pero crecer, madurar, consiste, precisamente, en alejarse de las relaciones con los próximos y parecidos para empezar a acercarme a los lejanos y diferentes.

La pedagogía inicial se complementa cuando las personas se exponen a procesos de socialización secundaria en la “escuela media”. En el tránsito de la niñez a la adolescencia y a la adultez, muchas personas empiezan a convertirse en “ciudadanos”: se exponen a una normatividad “de segundo piso”, más explícita y formal. La lectura de la Constitución es uno de los rituales iniciáticos en ese proceso de “salir del nido”. Las normas estatales formales pueden respaldar, pero también tensionar e incluso contradecir, algunas de las normas sociales y culturales más “blandas” de la educación temprana.   

La articulación entre estos “dos pisos” normativos se deja captar en frases usuales: “educad al niño y no tendréis que castigar al adulto” u otras por el estilo que resaltan una codependencia entre la educación sentimental temprana y la socialización más legalista en la adultez. Se marca así el paso de las “costumbres” a la “cívica”, de la moralidad a la legalidad, del sentimentalismo a la responsabilidad, de la inimputabilidad a la imputabilidad, de la niñez a la adultez.   

En esta segunda etapa del desarrollo normativo de la personalidad ocurre otro fenómeno interesante: en la socialización secundaria, algunos adolescentes y jóvenes adultos también pueden verse expuestos a teorías normativas más filosóficas, exigentes, deliberadas y críticas, que se distancian parcialmente de las moralidades de origen que han recibido en su niñez.  Estas teorías normativas suelen llamarse “éticas civiles”, para diferenciarse de las “moralidades” de base social o religiosa que parecen más dogmáticas, doctrinarias y acríticas. Hace algunos días, Elías también me estaba preguntando, por ejemplo, por el utilitarismo y el pragmatismo. Estas ideas provienen del proyecto racionalista occidental, promueven elaboraciones más filosóficas de la “razón práctica” y añaden, al menos para ciertas élites culturales, una nueva capa que se integra a la amalgama normativa que ya se ha formado entre las normas caseras de la socialización temprana, de un lado, y las jurídicas-formales de la Constitución, del otro.  

La integración de diferentes capas normativas es importante para la cohesión social: el particularismo del primer piso debería ser complementado por el universalismo legal y ético del segundo. Pero también pueden quedar desconectados, sin punto de encuentro, como trompos que giran sin coordinación.

La “ética civil” y la “cultura de la legalidad” también tienen sus peligros: por ejemplo, la normatividad del Derecho es para muchos esotérica y alienante. En esas condiciones, se vuelve imposible integrar con éxito las moralidades primarias del hogar y del barrio con una cultura constitucional vigorosa. Las éticas filosóficas, de otro lado, pueden ser abstrusas, elitistas y desarraigadas, rituales para generar distinción social y elitismo, no para integrar la conciencia normativa de ciudadanos diversos. Por esta razón, las moralidades caseras discordantes pueden quedar “desconectadas” de la ética civil y del derecho formal. En estos casos, la sociedad no logra alcanzar una necesaria integración normativa que permita cohesión social.

Les deseo a mis hijos y a sus compañeros lo siguiente: que salgan de sus “nidos familiares” conservando lo más noble que allí encontraron, pero que, además, sean capaces de construir un marco normativo público y común basado en la Constitución y en una ética civil ampliamente compartida. Ese es uno de los objetivos, quizás el más alto e importante, de las ciencias sociales al comienzo de la “escuela media”.

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