24 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 1 día | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

Carnaval, Stonewall y el derecho a la resistencia

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Mónica Vásquez Alfaro

Doctora en Derecho

Profesora e investigadora Universidad del Norte

La lucha por los derechos LGBTQ dio un importante giro por los disturbios de Stonewall en la ciudad de Nueva York. Corría el año 1969, la policía de la ciudad de Nueva York allanó sorpresivamente el bar Stonewall y arrestó a un grupo de personas homosexuales que estaban dentro. Esta vez los clientes restantes se enfrentaron a la policía y no huyeron del lugar para poner a salvo su libertad y buen nombre, como ocurría normalmente. Los enfrentamientos se alargaron durante, aproximadamente, seis días y marcaron un parteaguas en la forma como se exigiría en adelante el respeto por los derechos de la comunidad homosexual. Obviamente, la discriminación y la homofobia no desaparecieron de la realidad por arte de magia, pero, a partir de este evento, la población sexualmente diversa “cambió de lugar” en el ajedrez del relacionamiento social y, de alguna forma, se supo que era el momento de resistir activamente; lo que significaría transitar de lo individual, privado y clandestino a lo colectivo, público y explícito en la expresión de la identidad elegida. 

En el libro Con polleras y en tacones, publicado por Caribe Afirmativo, se documentan experiencias representativas, algo similares, pero también diferentes, a la de Stonewall con ocasión de carnaval de Barranquilla. Es preciso decir que los desfiles y los eventos de esta festividad se realizan en el espacio público; con un enorme poder de convocatoria, y gozan de gran aceptación entre propios y visitantes. El libro cuenta que, en 1982, las autoridades locales extendieron una invitación abierta a toda la ciudadanía para que participara de un concurrido desfile de carnaval. Ante el llamado, algunos integrantes de la comunidad homosexual de Barranquilla quisieron participar de la invitación, pues hasta ese momento sus celebraciones se llevaban a cabo en el espacio cerrado de ciertas discotecas locales. La policía de la ciudad, de manera similar como lo hicieron sus pares de Nueva York, impidió la participación de los danzantes y los expulsó del evento. La experiencia del rechazo y la exclusión se extendió al desfile y al ejercicio de la ciudadanía.

Los expulsados decidieron llevar a cabo su propio desfile en una vía contigua al evento principal. El libro tiene un testimonio de ese día, en el que se relata la sensación de valentía y miedo ante la exposición y la provocación que implicaba la decisión de marchar. Antes, en la década del setenta, este grupo de personas había conseguido una conquista similar, pero resguardados por un amparo policivo que les otorgara un inspector de policía creyente en la filosofía de los derechos humanos.

Dos factores comparten ambas manifestaciones. Primero, la reafirmación de que la resistencia, como derecho, es un indicador de la democracia, no la enfermedad que acabará con ella. El segundo factor da cuenta de cómo el derecho a la resistencia se activa ante el cansancio frente experiencias sociales estabilizadas de opresión cultural, política, económica y jurídica, entre otras. Hay personas que más que habitar el statu quo, lo padecen. Algo detona y es cuando el hartazgo lleva a emprender el camino en la busca de un lugar en el mundo en el que se puedan instalar nuevos significados en las desgastantes y fatigosas viejas prácticas.

El ejercicio del derecho a la resistencia va acompañado de una simbología que funciona como herramientas de la memoria y sensibilización del otro, pues, a veces, la realidad parece no ser suficiente. En este terreno el camino es amplio, variado e ilimitado y el uso del arte es especialmente potente. Aunque hay modelos y símbolos universales, cada cultura se manifestará de acuerdo con su tiempo, espacio y lenguaje. Es importante poder verlos. En el caso del carnaval en Barranquilla, una canción que no tiene mensaje político abierto fue el himno del desfile prohibido. Cuentan que aquella canción llamada Las tapas fue la banda sonora y una especie de himno del movimiento. Con los lentes adecuados puede advertirse cómo se renuevan los significados de los objetos de la cultura, y así un espectador desprevenido alcanzará a ver una movilización más allá del desfile de personas disfrazadas que bailan y podrá oír en Las tapas una canción de música protesta. 

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