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La ética pública: una asignatura pendiente
25 de Mayo de 2012
Omar Herrera Ariza
Abogado y exdocente universitario
Entre las luces que ofrecen las buenas noticias del DANE sobre la presunta reducción de la pobreza, y las sombras resultantes del criminal atentado terrorista contra Fernando Londoño, el país debería encontrar, de todos modos, espacios para la reflexión y el análisis sobre uno de los asuntos que es posible vincular causalmente con el atraso y la violencia. Estoy hablando de la corrupción, esa hiedra multiforme que con sus largos tentáculos asfixia a la débil institucionalidad, depreda los dineros públicos, enriquece a los bandidos, vulnera seriamente los derechos humanos y sume en el desconcierto y en la desesperanza a las mayorías nacionales.
Son muchas, y todas escandalosas, las manifestaciones del fenómeno: expresidentes del senado y abundante número de parlamentarios, investigados unos, condenados otros, por haber puesto la función pública con que los honró la democracia al servicio del paramilitarismo; personajes como Jorge Noguera y María del Pilar Hurtado que capturaron para beneficio de criminales a la agencia de la seguridad del estado; exministros investigados por desdorosas conductas cometidas al amparo del “todo vale”; carruseles de ladrones entrando a saco roto lo mismo en las arcas de la salud, que de la DIAN, o de las obras públicas.
En fin, todo un escenario de inmoralidad y desvergüenza que mina la legitimidad, genera hábitos contemporizadores con el crimen, y evidencia que los colombianos estamos en mora de construir una ética pública capaz de impulsar el desarrollo de una sociedad bien ordenada, basada en el respeto a lo público y en la consideración sagrada que han de merecer los recursos colectivos.
El tema no es nuevo. Desde los albores mismos de la República, en el Congreso de Angostura, el Libertador propuso institucionalizar un Poder Moral justamente para precaver el incumplimiento de los deberes morales de gobernantes y ciudadanos. Pero tampoco es, como con cinismo lo propuso uno de los actores beneficiado del carrusel de la contratación, una circunstancia “inherente al género humano”.
Se trata de un fenómeno cultural, multicausal, en cuya génesis y desarrollo es posible advertir desde la incapacidad de la justicia penal y sus consecuencias de impunidad, la precariedad del Estado, el cálculo costo-beneficio en la economía del crimen de que hablan algunos teóricos, la incapacidad de la burocracia para dar respuesta a las demandas ciudadanas que, por lo mismo, se torna en estímulo para que los ciudadanos ofrezcan sobornos, la irrupción y penetración de la cultura mafiosa nacida del narcotráfico, hasta razones relacionadas con las metas de éxito que la sociedad impone a todos los ciudadanos y con la incapacidad colectiva de construir una ética civil.
Ni las luces ni las sombras del momento actual han de impedir el análisis cuidadoso de la corrupción. Y en ese necesario análisis ¿cómo no pensar en los efectos que sobre el tejido social tuvo y tiene aún la influencia de la ética católica, afincada más en la preocupación por el pecado de la carne que en la consideración de lo público? ¿Cómo no reparar en las consecuencias que sobre las conductas individuales ha tenido el desafortunado magisterio ejercido desde la cúspide del poder por quienes no vacilan en practicar “el todo vale”?
Es evidente la condición social de los protagonistas de los casos más sonados: profesionales universitarios, miembros de exclusivos clubes, con acceso a los bienes y privilegios que da la civilización, en fin, ricos o por lo menos acomodados. Esta constatación impone muchos interrogantes: ¿falló acaso la educación prodigada por universidades de élite? ¿Por qué pudo más en ellos el apetito desaforado por acumular riqueza que elementales consideraciones sobre el interés colectivo?
Para responder a esos y a otros interrogantes lo primero es reconocer que la sociedad colombiana tiene pendiente una asignatura indispensable: la ética pública como fundamento de la legitimidad, del buen gobierno y de la vida buena para los asociados.
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