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Academia


El Derecho, una profesión atractiva para futuras generaciones

06 de Julio de 2016

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Carlos Mario Molina Betancur

Director Ejecutivo de la Asociación Colombiana de Facultades de Derecho (Acofade)

 

Víctor Méndez, practicante de Derecho de la Asociación Colombiana de Facultades de Derecho (Acofade), vino un día a mi escritorio con cara de desencanto a preguntarme si el Derecho es una carrera recomendable para estudiar en Colombia. Extrañado, le pregunté a qué se debe tal cuestionamiento. El estudiante me cuenta que recientemente leyó un artículo del columnista Felipe Pineda que aconsejaba a los jóvenes del país no estudiar Derecho, bajo la siguiente afirmación: “si usted es de los que piensa en estudiar afanosamente la carrera de Derecho el próximo semestre, hágale un favor al país y piénselo dos veces antes de emprender el largo camino del clientelismo político y la burocracia administrativa”. El practicante dijo estar confundido, pues se encuentra en los primeros semestres de la carrera.

 

Molesto con dicha lectura, dejo de lado mis actividades laborales para hacer una pausa y contarle una historia al estudiante: En tiempos remotos, cuando no existía el Derecho, el hijo de Ramsés, faraón de Egipto, pregunta a su padre: “¿Por qué debo estudiar las leyes todos los días con mi tutor? ¿Por qué no me dejas acompañarte en tus visitas al campo y aprender todo lo que tú haces para dirigir sabiamente nuestro pueblo?”.

 

El padre, sonriendo, lo toma entre sus brazos y le dice: “Aprender las leyes es tarea de sabios, nuestros antepasados nos han legado ciertas normas que nos enseñan a vivir en paz y a garantizar el orden social de nuestro pueblo. Un día, cuando tú serás yo, entenderás que la ley es necesaria para la convivencia de los seres humanos: sin ley, no hay justicia y sin justicia, no paz social. Faraón es quien garantiza el equilibrio de la sociedad; es quien protege al débil, da de comer al hambriento, socorre a la viuda; destruye la ignorancia, la envidia, la ambición de los que tienen o de los que quieren todo; dirige la guerra, restablece la igualdad y lucha contra la injusticia”.

 

No obstante, el practicante Víctor también cuestiona que un Ministro de Salud publicó hace algunos años un artículo denominado Tinterillos, en el que se señala: “Cada vez más, Colombia se asemeja a una república de tinterillos en busca de un sueldo o de una pensión, de una renta permanente y cuantiosa. Después de décadas de práctica, los tinterillos han logrado infiltrar el Estado desde adentro. Manipulan y explotan a su favor la asignación de recursos públicos. Son buscadores de rentas que se valen de toda suerte de artimañas: carruseles, tutelas, leyes y micos de muchos pelambres”.

 

El mismo autor señala que es por eso que tanta gente busca estudiar Derecho: tres por cada estudiante de ingeniería, y que, por ello, el Gobierno Nacional está compuesto de tanto abogado: de 16 ministros que conforman las carteras, 9 son abogados y solo 2 tienen formación en ingeniería.

 

¿Cantidad o calidad?

 

Le explico a Víctor que el problema no es de cantidad, sino de calidad, tampoco es solo de formación, sino de control en el ejercicio profesional. No podemos decir, por las estadísticas que se muestran, que la corrupción del país es culpa de los abogados, ni que todos los estudiantes de Derecho están mal formados, ni que el Gobierno no haga nada para regular la profesión.

 

El Consejo Superior de la Judicatura, por ejemplo, excluye del ejercicio a tres abogados por año, suspende a 70 y censura a más de 28. Por su parte, la Fiscalía General de Nación abre diariamente procesos por los hechos de corrupción, especialmente en lo relacionado con delitos contra la administración pública, delitos cibernéticos y violaciones al sistema electoral. Por último, las denuncias y sanciones de funcionarios por abuso del Derecho van en aumento, comenzando por los sonados casos de un alcalde de la capital del país y terminando por varios magistrados de la Corte Suprema de Justicia y uno de la Corte Constitucional.

 

Además, como lo mencionaba hace algunos años el maestro Mauricio García en su artículo Colombia, tierra de abogados, “mientras mayor es el impacto social y público de una profesión, mayor debe ser la regulación de su ejercicio. Es por eso que el Estado les impone mayores restricciones a, por ejemplo, los médicos que a los antropólogos. El Derecho es una de esas profesiones que deben ser reguladas por el Estado y ello debido a que la calidad y la probidad de los abogados son indispensables para el buen funcionamiento de la justicia y para la protección de los derechos ciudadanos”.

 

Es por ello que el Estatuto del Abogado considera a este como el médico de la sociedad, que cura sus males y sus dolencias. Así, establece que la Abogacía tiene como función social la de colaborar con las autoridades en la conservación y perfeccionamiento del orden jurídico del país y en la realización de una recta y cumplida administración de justicia. Además, señala que la principal misión del abogado es defender en justicia los derechos de la sociedad y de los particulares. También es misión asesorar, patrocinar y asistir a las personas en la ordenación y desenvolvimiento de sus relaciones jurídicas.

 

No creo que Víctor se haya equivocado de carrera, no es la mala práctica la que hace necesaria o no una profesión, es su naturaleza y su función. En las circunstancias en las que nos encontramos, hay problemas y males de la sociedad que solo los abogados pueden resolver.

 

Por ejemplo, gracias a los ingenieros, hemos avanzado en infraestructura de telecomunicaciones, llegando con la fibra óptica a todos los rincones del país, desplegando redes de 4G, con tabletas y computadores para las escuelas y cable submarino en todo el Pacífico colombiano. Sin embargo, la conexión a internet no es suficiente para desarrollar un país, y contratar operadores para competir con aplicaciones y contenidos de calidad es un gran reto. ¿Quién más indicado que un abogado para realizar y garantizar las mejores contrataciones? ¿Quién más preparado para redactar la normativa y las licitaciones de dichos contratos? ¿Quién más estudiado para dirimir los conflictos que estas relaciones arrojan, sobre todo en una sociedad como la nuestra? Dichas aplicaciones cubren todos los sectores de la sociedad: educación, salud, banca, comercio, vivienda y el Gobierno, que necesitan del Derecho para poder funcionar y para solucionar sus problemas.

 

Déficit de expertos

 

En cuanto al número de abogados, así como hay déficit de 93.000 profesionales ingenieros en áreas de telecomunicaciones, también existe un gran déficit de 50.000 abogados con título de magíster, bilingües, expertos en contratación y comercio internacional, con manejo de nuevas tecnologías informáticas y con experiencia investigativa para el litigio de alto impacto.

 

Y no es solamente en estas áreas, también estamos mal en formación de otras profesiones, la sociedad de posconflicto que se nos viene necesita más médicos, contadores y enfermeras que entiendan el mundo globalizado que funciona bajo altos estándares de tecnologías de la información y de las comunicaciones. Como lo revelaba recientemente el ministro del ramo, “no es suficiente tener una cuenta de Facebook y de WhatsApp para saber sobre las tecnologías de la información”, se necesitan mejores profesionales que hablen el lenguaje universal de la tecnología. ¿Quién más que los abogados para crear una serie de medidas que permitan la existencia de una competencia global regulatoria?

 

Lo que Víctor debe hacer no es preocuparse por la cantidad de abogados que ejercen mal la profesión, eso le corresponde al Gobierno, sino mejorar su formación en códigos y leyes y, por medio de la lectura, la reflexión y la investigación, despertar ese sentimiento de justicia que debe ser la luz de su destino y hacer hincapié en los valores éticos que deben guiar el ejercicio noble de la profesión. Los abogados son el futuro del país, la sociedad de posconflicto que estamos construyendo necesita de forma urgente estos profesionales inquietos y comprometidos.

 

El joven aprendiz me mira desconcertado y me dice con voz entrecortada: “Si así es la cosa, me alegra haber escogido la profesión de abogado”.

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