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Actualizado hace 16 horas | ISSN: 2805-6396

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El choque generacional en las facultades de Derecho

05 de Agosto de 2014

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Carlos Mario Molina Betancur

Director Ejecutivo de Acofade

 

Uno de los cambios más importantes que se produjo en las facultades de Derecho, después de la Declaración Mundial sobre la Educación del Siglo XXI (Unesco, 2000), fue la cátedra magistral en la enseñanza del Derecho. Esto produjo, inexorablemente, un enfrentamiento entre dos clases de profesores: los de cátedra y los de tiempo completo.

 

De un lado, se encontraron los antiguos profesores de cátedra, prestigiosos abogados que llevaban 20 o 30 años impartiendo determinada materia. Del otro, los jóvenes juristas cargados de diplomas, en algunas casos, venidos de prestigiosas universidades extranjeras, con ganas de impartir cátedras modernas con nuevas metodologías de enseñanza.

 

Por esa época, las nuevas exigencias del Ministerio de Educación y, sobre todo, las nuevas políticas del Consejo Nacional de Acreditación y de Colciencias, se dirigieron hacia la contratación de más doctores y mejores investigadores, preferiblemente de tiempo completo, lo que implicaba reducir la carga académica de todos los profesores para permitir la apertura de centros de investigaciones; líneas, grupos y semilleros de investigación y clínicas jurídicas.

 

Además, se necesitaba tiempo para presentar proyectos y para producir artículos científicos y libros de investigación. Esta situación puso en aprietos a muchas facultades de Derecho, para reducir la carga de los profesores de cátedra y aumentar aquella de los de tiempo completo. En muchas ocasiones, un profesor de tiempo completo implicaba el remplazo de cuatro profesores de cátedra.

 

Dentro del primer grupo de profesores, se encontraban magistrados, funcionarios, exrectores y exdecanos de facultades o profesores con mucho prestigio académico, pero sin  ninguna producción científica y sin el manejo de una segunda lengua. En el segundo, estaban jóvenes becarios o intrépidos doctores bilingües, muy bien formados, con buena experiencia de culturas extranjeras, con alguna producción académica, pero sin muchas referencias en los juzgados. La pregunta del momento era cómo conciliar el trabajo de los prestigiosos abogados con la llegada de los nuevos juristas.

 

Diversas enseñanzas

Muchos de los antiguos profesores del primer grupo no resistieron la “humillación” de compartir sus cátedras con inexpertos abogados; otros, por el contrario, nunca quisieron cambiar sus metodologías de enseñanza por las nuevas estrategias metodológicas en competencias, como el aprendizaje basado en problemas, el curso alemán o el aprendizaje significativo, ni quisieron formarse en las tendencias didácticas del momento, entre ellas, el video beam, las diapositivas o las presentaciones en Power Point y Prezi.

 

Para algunos, pertenecientes al segundo grupo, la tradicional cátedra magistral a la que estaban acostumbrados los estudiantes era insoportable, considerando que no era la mejor manera de transmitir conocimientos y que la memoria no hacía parte de sus métodos de evaluación. Según estos, se necesitaba hacer una verdadera revolución en las aulas para adecuar el aprendizaje del Derecho a las nuevas tendencias mundiales en educación, cada vez más flexibles y globalizadas. Muchos de estos profesores desertaron de las aulas por la dificultad de adaptar su saber teórico con la práctica jurídica.

 

El enfrentamiento se hizo más palpable en los departamentos de área y en las salas de profesores, cuando ambos “bandos” tuvieron que rehacer micro currículos y tesauros. Los primeros acusaban a los segundos de no ser abogados, por no haber pisado nunca un juzgado, mientras que estos, por el contario, acusaban a los primeros de no ser juristas completos, por no conocer las modernas reglas de interpretación del Derecho y por no utilizar las nuevas estrategias metodológicas de aprendizaje.

 

Trabajo conjunto

La situación se agrava al momento de intentar hacer evaluaciones conjuntas o de elaborar exámenes preparatorios: entre acusaciones y ataques feroces, los unos defendían el aprendizaje teórico, mucho más profundo y adaptado a las tendencias jurídicas mundiales, mientras que los otros abogaban por una enseñanza práctica que aterrizara a los estudiantes en el mundo real, más que en las incongruentes reflexiones jurídicas.

 

Dicho enfrentamiento comenzó a ser arbitrado por los estudiantes, quienes, extrañados, veían partir a sus profesores más destacados, pero cautelosos veían llegar a los nuevos, cargados de títulos, pero inexpertos en litigio. Al cabo del tiempo, las evaluaciones de los estudiantes fueron implacables: muchos de los antiguos profesores fueron castigados por seguir impartiendo sus cursos retóricos de siempre y evaluar de forma memorística; otro tanto, de los nuevos llegados, no resistieron la presión de los estudiantes en materia de exigencia en la práctica jurídica.

 

Bajo la presión de las evaluaciones estudiantiles, muchos de los antiguos profesores supieron modificar sus tradicionales cursos y recibieron formación en nuevas estrategias pedagógicas, en investigación jurídica y hasta en segunda lengua. Del otro lado, los nuevos juristas adquirieron experiencia profesional y aprendieron a trabajar en grupo con sus compañeros de cátedra. Muchos proyectos de investigación, algunos artículos científicos y libros fueron realizados por profesores de ambos lados.

 

Relación vigente

A pesar de las reformas, y de muchos avances logrados, especialmente por la formación recibida y por las recomendaciones de los pares que acreditaron los programas, la relación entre ambos grupos sigue siendo tensa. Conviven aún en algunas facultades de Derecho, de un lado, reconocidos profesores, generalmente menos remunerados que los primeros, a veces por falta de títulos de posgrado, a veces por no querer recibir más responsabilidades que los desvincularían de sus profesiones de origen, y, de otro lado, jóvenes juristas de tiempo completo, mejor formados y ciertamente más remunerados, a pesar de su corta experiencia jurídica.

 

Los primeros cargados de clases, generalmente por su falta de experiencia investigativa, los otros cargados de responsabilidades científicas, llevando a cuestas la producción de libros y artículos científicos o la administración de centros de investigaciones, de posgrados, de líneas y grupos de investigación, que les generan, tal vez, el mismo o mayor estrés que a los profesores de cátedra.

 

El enfrentamiento profesoral sigue siendo palpable en varias universidades. Todavía se libra un choque generacional de vanidades irreconciliables entre los llamados abogados, generalmente litigantes de vieja guardia que se precian de haber educado a muchas generaciones de profesionales y de conocer el Derecho en su práctica filigrana, y los jóvenes juristas, teóricos inveterados, orgullosos de estar formando una nueva generación de profesionales, además de manejar mejor el análisis jurisprudencial del nuevo Derecho.

 

Algunas facultades de Derecho no han logrado poner a trabajar armónicamente estas dos clases de profesores, a pesar de existir, desde hace tiempo, un acuerdo general sobre la necesidad de los dos grupos de maestros para la buena formación del abogado, los cuales deben ser complementarios, por no decir indisociables.

 

La formación teórica no puede desconocer la práctica jurídica, y esta no tiene futuro sin aquella: los primeros, para ser buenos abogados, se alimentan de las reflexiones de libros y artículos que escriben los segundos, y estos, a su vez, para ser destacados juristas, escriben e investigan sobre los procesos que tramitan los primeros.

 

La internacionalización de la enseñanza del Derecho y los anunciados exámenes obligatorios para ejercer el Derecho serán los nuevos árbitros que definirán, a corto plazo, la disputa generacional que se vive hoy en algunas facultades de Derecho.

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